Razones para la esperanza: solidaridad, subsidiariedad y bien común

20 actas del segundo congreso católicos y vida pública para vivir aisladamente, sino para formar sociedad..., ha querido también santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara de verdad y le sirviera santamente” (GS, 32; LG, 9). La gran tentación del cristiano puede ser replegarse en su propia individualidad personal, renunciando al contenido y proyección social de su fe y su esperanza; pero la tentación más frecuente de nuestra sociedad secularizada y de los estados de derecho modernos es tambiénquerer replegar la experiencia religiosa al ámbito exclusivo de la conciencia individual y recluir la acción de los grupos religiosos al ámbito de la sacristía. La esperanza cristiana no es únicamente un mensaje para la persona sino también para la sociedad; de lo contrario, estaríamos renunciando a la universalidad de la salvación y al contenido esencial del Evangelio, que es la proclamación del reino de Dios. Una fe que no incluya un compromiso positivo en la construcción de una sociedad más justa y pacífica, más compasiva y solidaria, más integradora y acogedora de los débiles y necesitados, sería una fe vacía y alienadora. Una respuesta que prescindiese de la esperanza y el compromiso por una sociedad orientada hacia el reino, dejaría de ser evangélica. El cristiano que da razón de su esperanza sabe que “el pobre es el lugar de encuentro con Dios en la historia; por eso, ante el pobre cada persona se lo juega todo...; creer en el Dios de Jesús conlleva creer que la justicia, la fraternidad y la humanización serán la última realidad de la historia”. 3 El punto de partida de todo es el encuentro personal con Jesucristo, en quien nace y renace la alegría, como nos ha recordado el Papa Francisco al inicio de su exhortación Evangelii Gaudium y desde donde surge nuestra vocación a la esperanza. Esta acción de respuesta a las situaciones concretas de la vida es inherente a la misión esencial de la Iglesia: evangelizar. No se trata solo de anunciar el Evangelio, sino de hacerlo presente, hacerlo vida, frente a todas las circunstancias que atentan contra la verdad central del mensaje cristiano: que todos tenemos la mayor dignidad, la de ser hijos e hijas de Dios, hermanos entre nosotros, redimidos por la muerte y resurrección de Cristo. No se puede vivir esa dignidad, no se puede alcanzar la 3 Id.

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