Familia: Identidad, Retos y Esperanza

181 familia: identidad, retos y esperanza “Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al «yo» más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto. Si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca. Quien ama comprende que el amor es experiencia de verdad, que él mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo, en unión con la persona amada”. «¿Qué es primero, el amor o la doctrina? –se pregunta san Agustín-. El amor –responde- porque es el que nos lleva a abrazar y entender la doctrina». La doctrina sin amor es imposición, el amor sin doctrina es disolución. La cultura del encuentro es una opción por un encuentro «cuerpo a cuerpo», no ideológico. Encuentro con Schoenstatt: «Cultura del encuentro es cultura de la alianza. Y eso crea solidaridad. Solidaridad eclesial». ¿Cómo hay que entender la doctrina? No como normas extrínsecas, sino como la verdad profunda que le explica el camino a su felicidad. No son transacciones doctrinales, sino misericordia existencial. Una dinámica del corazón. No se trata de quién tiene razón, sino de cómo nos ayudamos a vivir. Sin buenismos ni progresismos ingenuos.

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