Actas del III Congreso Internacional de Mística

114 actas del ii congreso internacional de literatura mística Las metáforas ajedrecísticas se precipitan encrespadas en este capítulo de transición. La oración, sugiere la santa, es como el ajedrez: un arte espiritual que exige preparación, conocimiento y ahínco. Antes de abalanzarse a la vida contemplativa, las monjas, como buenas ajedrecistas, deben saber concertar las piezas e ir entablando el juego con las disposiciones morales que este tipo de oración presupone. Deben cultivar sobre todo la virtud de la humildad, compañera inseparable del amor y del desasimiento de lo creado que Teresa, en clave alegórica, equipara con la dama: la que más guerra le puede hacer en este juego y a quien todas las otras piezas ayudan pues es la única que es capaz de que Dios se haga rendir (CP-Escorial 24.2).2 El que desconozca estas reglas sabrá jugar mal, y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. Y una vez se familiaricen las monjas con esta manera de jugar, deberán perseverar en la práctica asidua de las virtudes y de esas técnicas de oración que está a punto de exponer. ¿Qué precio les depara —si mucho lo usamos— este juego espiritual? Nada más y nada menos que darle jaque mate a este Rey divino, que no se nos podrá ir de las manos ni querrá, como si Dios no tuviera más remedio que ceder acorralado, inerme ante la pujanza irresistible de una ajedrecista sagaz en el umbral del éxtasis (así al menos parece afirmarlo en un arrebato exhortatorio del más puro atrevimiento que pudo levantar ronchas entre sus censores). Teresa, sin embargo, mitiga su osadía al sugerir de pasada que la entrega incondicional del contemplativo, corona de sus virtudes, es requisito necesario para que Dios se le ofrezca. Con la cesión del juego ya no al jugador sino al Rey mismo, ese Dios que se entrega libremente en las honduras insondables de la unión jubilosa, la metáfora ajedrecística se desarticula un poco (la contemplación se intuye en este caveat como don gratuito de la divinidad, pues las virtudes, aunque aquí no lo explicite, serán necesarias pero no suficientes). Tal y como lo expresa en el cierre de capítulo, el que solo medita sin ser contemplativo en los principios no supo entablar el juego; pensó bastava conocer las piezas para dar mate y es imposible, que no se da este Rey sino a quien se le da del todo (CP-Escorial 24.4). No extraña en sí el recurso al ajedrez como figura alegórica en santa Teresa. La ubicuidad del ajedrez en la cultura del ocio desde su llegada a Europa a través de los árabes marca a fuego la literatura occidental con una verdadera proliferación, tanto de alusiones breves y descripciones 2 La dama solo se había convertido en la pieza más poderosa del tablero para la época del Arte de axedrez de Juan de Lucena (1497).

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