39 "tumismaereselaposentodondeÉlmora(cb1,7).eldescubrimientodelainterioridad primeramente, cuál es la experiencia fundante de Jesús, y si en Jesús ya emerge la dimensión mística en su sentido cristiano. Casi podríamos simplificarlo en la experiencia-mensaje que unifica toda la vida y misión de Jesús: ser hijo de Dios2. Es su condición, pero también el dinamismo que con mayor fuerza subrayan los evangelistas, tanto en la conciencia de ello como en la dimensión relacional que supone en su propia vida3. Pero no solo es su experiencia individual, sino la que, al fin y al cabo, viene a anunciar a los otros como la Buena Noticia: revelar a Dios Padre conlleva una invitación a una relación personal y consciente, un modo nuevo como Dios quiere relacionarse con el hombre, una manera nueva de entender el culto tradicional4. Si para Jesús, el Padre está siempre presente en lo secreto de cada uno, si Dios está pendiente de la historia del hombre y de la creación, y si el Reino ya está en nosotros, es porque el Misterio está aconteciendo siempre y en todo. Y por lo tanto no solo puede ser buscado, sino que quiere Él mismo ser buscado y reconocido. Aquí se centraría la perspectiva experiencial de la mística cristiana: tomar conciencia, descubrir, percibir, encontrar al Dios presente, pero “escondido”; o mejor, al Dios que está siempre aconteciendo y que descubrimos en la medida que nos abrimos a la conciencia interior de su ser y estar. Un Dios que quiere transformarnos y unirnos con Él, un Dios que desea nuestra felicidad plena. Otro aspecto importante a tener en cuenta como preámbulo es que, en la perspectiva de Jesús, todos estamos llamados y capacitados para esta hazaña: Él nos invita a todos a la unión con Él y el Padre, nos invita a descubrirlo, y nos asegura que, si lo amamos, Él y su Padre vendrán a poner su morada en nosotros. Entendida así la mística cristina, 2 Para el evangelista Juan significa que quien se adhiere a Jesús adquiere el poder de ser él mismo hijo de Dios: cf. Jn 1, 14. 3 Ejemplo evidente es la oración sacerdotal de Jesús de Jn 17. Pero de hecho es un valor siempre constante en el modo de vivir de Jesús, siempre haciendo referencia a su Padre (tanto en su oración personal como en algunos de los momentos decisivos de su vida: cf., p. ej., Mt 14, 23; Mc 1, 35; Lc 3, 12; 6, 12); y como una de las causas de su crucifixión es la de confesarse como hijo de Dios (cf. Jn 10, 33). 4 Son muy numerosos los textos evangélicos donde emerge con fuerza este anuncio. Por señalar solo algunos: (Jn 1, 18), con un Padre siempre presente (Jn 1, 18), un Padre que quiere ser adorado en la intimidad (Mt 6, 5-6), con un Padre providente y bueno (la parábola de los lirios y pájaros); un Padre que quiere ser adorado en “espíritu y verdad” (el encuentro de Jesús con la Samaritana Jn. 4); un Padre que tiene un corazón de Padre (parábola del Hijo pródigo Lc 15, 11-32). Un Dios que, en definitiva, quiere que le llamemos Abba (la oración del Padre Nuestro). misma eres el ap se to d nde él mora (cb 1, 7)...
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