44 actas del ii congreso internacional de literatura mística y se realiza en lo concreto de la vida13. Nuestra riqueza, nuestro cielo, nuestra posibilidad de realización y de ser felices están dentro de nosotros mismos y no fuera: nuestra condición de imagen de Dios, así como nuestro ser hijos en el Hijo, evidencian que el don ya nos ha sido dado, y que reconocerlo será la base para un desarrollo armónico de la persona14 y la posibilidad de forjar una verdadera autoestima. Una mística que nos abre a la experiencia de un Dios que acontece en la vida y que, por lo tanto, ha de ir unida a la normalidad de la vida. Ser místico no es ser alguien extraño, sino alguien implicado en su realidad, y que asume los condicionantes y limitaciones de la vida. Alguien que ha descubierto la dimensión del don del amor y de una Presencia capaz de invadirlo todo de sentido, aun cuando no siempre sea capaz de percibirlo. El místico cristiano es, por definición, aquel que toma conciencia y experimenta el saberse amado infinitamente por Dios. dimensión ética y política de la mística Si de algo son testigos nuestros místicos, es de la sanación y transformación interior que supone el descubrimiento de Dios, y cómo ello nos ayuda a no pasar indiferentes frente al otro, especialmente frente al más necesitado. Para Dios cada ser humano tiene un valor infinito, es un ser único e irremplazable al cual no puede dejar de amar ni de acompañar. Otra cosa será la conciencia, el descubrimiento y/o la aceptación de ese amor por parte del hombre. Eso no le impide a Dios cumplir su tarea de ser Dios, de estar siempre amando a su criatura15. En este sentido, la profunda congruencia existente entre la realización del bien espiritual y la felicidad del individuo, aparece como un valor constante en la experiencia mística auténtica: que capacita 13 Bastaría recordar la importancia que dan el uno y el otro al conocimiento de sí (cf. V 13, 15; 1M 1, 2; o CB 1, 1; 2N 12.) 14 Cf cuando Teresa de Jesús reflexiona en el cap. 10 del Libro de la Vida. 15 Santa Isabel de la Trinidad diría que Dios no deja de colmar de ternura a su criatura.
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