Actas del III Congreso Internacional de Mística

67 camino al rostro: la pregunta por dios en mi trabajo académico Era una fórmula que había oído en algún espacio vinculado a la Compañía de Jesús, puesto que mi enseñanza secundaria la hice en un colegio jesuita de Santiago de Chile, y que me incitaba a pensar que la historia humana ofrece signos, manifestaciones detectables y descifrables de otra cosa que ella misma. De acuerdo con la fórmula, los tiempos se hacen signo de algo. Esto no era totalmente nuevo para mí; lo había escuchado aproximadamente en mi experiencia anterior. Hice la primaria en un colegio de la institución teresiana; nací en una familia católica poco piadosa, como tantas; es decir, de gente que recibe los sacramentos más habituales, que generalmente se persigna ante un crucifijo y que varias veces por semana pronuncia palabras como “Dios”, “santo”, “Virgen María”, “Señor” y sus variantes, pero como expresiones ya lexicalizadas, sin estar siempre determinadas por una referencialidad confesional. Prepararme para interpretar los signos de los tiempos: quién sabe si me acompañaba la intuición vaga, equívoca, indirecta de que el tiempo fuese el pulso de Dios, el impulso que puede configurar Su rostro. Era la década de los noventa y, por ese entonces, participaba yo en Comunidades de Vida Cristiana (CVX) un movimiento católico laico, de espiritualidad ignaciana, que era asesorado por jesuitas. Combinaba mis estudios de Sociología con las múltiples actividades de CVX: reuniones semanales de amigos, apostolados en poblaciones marginales rurales y urbanas, formación de jóvenes menores, retiros y celebración de sacramentos. La dinámica de esas decenas de varones y mujeres era de una efervescencia sin complejos. “Los pobres no pueden esperar”, nos había dicho el papa Juan Pablo II en 19872, y la formación escolar jesuítica parecía adoptar la celeridad correspondiente, en sus esfuerzos para orientar el apostolado según la “opción preferencial por 2 Dijo el papa en la sede chilena de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL): “¡Los pobres no pueden esperar! Los que nada tienen no pueden aguardar un alivio que les llegue por una especie de rebalse de la prosperidad generalizada de la sociedad” (249). Era una crítica manifiesta al sistema económico implantado por la dictadura del general Augusto Pinochet (19731990), en el contexto del fuerte ajuste económico llevado a cabo desde fines de la década de 1970. Grosso modo, la espera rechazada por el papa consistía en la reducción progresiva de la pobreza de acuerdo a la propia dinámica del modelo: fortalecimiento de la demanda de bienes y servicios, dinamización de la oferta de bienes y servicios, mayor capitalización individual, menor injerencia relativa del Estado en las decisiones económicas, mayor competitividad relativa de los actores económicos que redundaría en una aceleración productiva que, a su vez, satisfaría las necesidades básicas y aumentaría los niveles de bienestar material.

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