68 actas del ii congreso internacional de literatura mística los pobres”3. Sin embargo, por diversas razones, lo que se instruyó como criterio orientador se trocó en certeza indiscutible en el contexto de aquellas labores, y me pareció ver que el conocido lema ignaciano “contemplativos en la acción” perdía la palabra contemplativos, caída al roce de una hiperactividad, de un activismo casi ciego, casi sordo. La pregunta por Dios, objetivo último del discernimiento ignaciano, parecía ser relevada por la certeza de tener a nuestro hermano: seguros de haberlo encontrado, seguros de conocer su estatura y peso, seguros de saber la solución a sus necesidades, fue como haber decidido tener por única realidad el reino de este mundo. Y así fuimos cansándonos, porque si el reino es solo de este mundo, entonces todo depende de nosotros. No tuvimos suficientes ojos para descubrir los rostros que nos miraban, incluso, en una aldea campesina alejada de la capital, perfumada de eucaliptos, color de trigo, añosa en sus penas. Era casi natural, me parece ahora, que algunos desarrolláramos un sincero desdén por la institucionalidad que nos albergaba. Me refiero, por extensión, a todo lo que por entonces yo conocía como Iglesia. Pero creo que ese desdén era el revestimiento duro de una decepción más honda y temblorosa: la de no encontrar acompañamiento para las quemantes dudas que me visitaban y que ya iban alojando en mí. Habida cuenta de la mayor importancia relativa otorgada a la acción social, esa cierta prescindencia de lo que llamaban “gracia de Dios” se traducía en alardes diversos entre mis conocidos: alardes de reflexión teorizante, de conocimiento técnico, de generosidad; alardes de humildad, incluso. Habíamos encubierto la humedad de los ojos que nos miraban, con nuestra papelería sabionda; las espaldas encorvadas, con caricaturas en serie; el silencio aterrador de un analfabeto ante la Biblia, con instrucciones impersonales; la desordenada alegría, la 3 Expresión adoptada por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de Medellín (1968) y profundizada en Puebla (1979). El Documento de Puebla, “Cuarta parte: Iglesia misionera al servicio de la evangelización en América Latina”, “Capítulo I: Opción preferencial por los pobres”, “1.1 De Medellín a Puebla”, dice: “Volvemos a tomar, con renovada esperanza en la fuerza vivificante del Espíritu, la posición de la II Conferencia General que hizo una clara y profética opción preferencial y solidaria por los pobres, no obstante las desviaciones e interpretaciones con que algunos desvirtuaron el espíritu de Medellín, el desconocimiento y aun la hostilidad de otros […]. Afirmamos la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una opción preferencial por los pobres, con miras a su liberación integral” (311). Las “desviaciones” corresponden a las interpretaciones vinculadas al marxismo que el Documento, en diversos numerales, describe como ideologización del mensaje evangélico.
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