Actas del III Congreso Internacional de Mística

69 camino al rostro: la pregunta por dios en mi trabajo académico vitalidad sin más, con sonrisas acartonadas y plegarias impertinentes; la pena ancestral, el dolor transmitido generacionalmente, la injusticia estructural, con palabras edulcoradas, perfectamente vacías. Más tarde creí ver que esos campesinos y nosotros, jóvenes misioneros universitarios, todos, estábamos heridos de algo, arrastrábamos un llanto inherente. Confieso que la imagen de “este valle de lágrimas” de la oración mariana nunca me pareció exagerada. De pronto, parecía que todos abominamos de nuestras cosas y lugares, “y el hombre ya no sabe que llora” (“El llanto”, Neruda 43). Es cierto que la Sociología me daba herramientas de estudio para una mejor comprensión, por ejemplo, de esa realidad rural con miras al trabajo misionero. Pero, por una parte, pocos misioneros estaban dispuestos a superar la fase asistencial y sentimental de aquella labor y, por otra, yo me estaba dejando interpelar ya por otras voces: Pablo Neruda, Juan Rulfo, César Vallejo, venían haciéndome oír y ver las figuras vivas de aquella aldea del campo y de la gran capital de mi propio país. Más aún: yo empezaba, con cierta seriedad o dedicación, a escribir poemas. Es decir: me aventuraba por otros caminos que, por lo pronto, suponían un corte claro con ese tipo de labores. Además, el diálogo entre las ciencias sociales y el magisterio, apasionante, necesario, urgente, no formaba parte del camino que se iba abriendo en mí. Mi desazón se trocó en rechazo hacia la institucionalidad religiosa y enseguida, como un pacto para apenas coexistir, en una relativa indiferencia. La pregunta por Dios, lo examiné y sinceré en mi fuero interno,4 había sido desplazada por otras urgencias. Pero no supe si esa pregunta quedó a la espera, como una linterna que a la luz del día no necesitamos encender. A mis ojos, la institución que debía más bien alentarla y afianzarla como pregunta viva, que aletea, la convertía en utensilio: podía manipularla a voluntad y prescindir de ella. De ese cerco de zombies fanfarrones tomé distancia entonces, porque además tampoco yo tenía respuestas: apenas pulso, oídos, voz. Y me encerré a leer versos, a escribir versos. A hacer las cuentas, sílaba por sílaba, de 4 Recojo la idea de fuero interno de acuerdo a una reflexión de Paul Ricœur: “el fórum del coloquio del sí consigo mismo. El examen de conciencia, herencia tanto socrática como bíblica, tiene como primer umbral el reconocimiento de la línea divisoria entre las cosas que dependen de nosotros y las que no dependen de nosotros” (120), dice el filósofo. Este foro interior, entonces, es imagen de una pluralidad de voces en diálogo, tensionado, armónico, pero siempre vivo o posible de vivificar. A veces, la primera instancia de confrontación con una otredad constitutiva del yo.

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