72 actas del ii congreso internacional de literatura mística de preguntar y de buscar está escoltada por el pasmo de encontrar. Que eso es la cultura, si esta palabra aún denota cultivo: comunicación intergeneracional, anhelo de comprensión, disputa interpretativa, el permanente hacerse, —la persona, la comunidad— en una semántica compartida. Por eso, cuando elegí mi tema y problema de investigación doctoral, había algo indudable: no los elegí yo. El profetismo en “Alturas de Macchu Picchu”, poema de Pablo Neruda, estaba perfilado en décadas de estudios sobre el autor, de acuerdo también a tópicos de lo sagrado pocas veces explorados con atrevimiento. Pero lo decisivo fue la pregunta de trabajo: “¿Quién habla en el poema?”, que traducía con simplicidad un problema de la crítica académica y que traslucía un dormido anhelo mío. Yo casi no lo sabía. Porque, en lo profundo, ese anhelo no lo elegí yo; porque, hasta poco antes, mis indagatorias buscaban abrir un flanco en lo Otro. Descifrarlo. Resolverlo. ¡Vaya!: ahora el seguro, el afirmativo, era yo. Más fanfarrón que zombie en todo caso. ¿Quería en realidad reducir lo irreductible? Pero lo Otro era todavía solamente algo; era un qué. Era, cuando mucho, la certeza de una duda. Para hacer viable mi proyecto, había que inducir un pequeño proceso que no es exagerado llamar “de conversión”: convertir la duda en pregunta. Pasar del qué actual a un quién posible. Solo así ese algo se revelaría alguien, o al menos de ese modo me pareció plausible abrir un flanco en eso Otro. Entonces, “¿Quién habla en el poema?” fue cavarle una ribera y navegarlo. Resumidamente, mi tesis consiste en afirmar que, tras una compleja secuencia de transformaciones, plena de intertextualidades que incluyen a grandes poetas occidentales e incluso a la Biblia, el hablante-profeta acaba por revelarse como el Cristo, el Mesías, el mayor de todos los profetas. Escuchen esto: se me ha sugerido que el resultado de mi tesis se debe a mi perspectiva católica, que forcé al poema a decir lo que yo quería, a confirmar inductiva y tendenciosamente mi juicio previo10. ¡Cómo hubiese querido tener un juicio previo! Acalorado, hubiera querido exclamar que fue exactamente al revés: que me convertí gracias al poema. Sin embargo, en la serenidad 10 De los reproches recibidos, que son pocos, pero son, el más sincero lo recibí privadamente de Hernán Loyola, autor de innumerables textos críticos y de una monumental biografía de Neruda, responsable, además, de diversas ediciones de su obra completa. He tenido a Loyola como invitado en mi curso “La poesía de Pablo Neruda”, pero aún no podemos debatir los nudos que son problemáticos para él. Como fuere, consigno aquí la gentileza de su lectura y su comentario.
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