75 camino al rostro: la pregunta por dios en mi trabajo académico El lenguaje así vivido testimonia, al cabo, su permanente carácter crítico: su estar averiguando y averiguándose como posibilidad de decir el mundo, de recibirlo y de volver a darlo, enhebrado de sentido. Entonces, el pensar la convivencia desde la experiencia crítica del lenguaje nos inhabilita para resolver o reducir la otredad. El lenguaje así vivido queda en situación de liberarse: de renunciar a la pretensión de inmunidad crítica, porque él ya se sabe a sí mismo crisis; de deponer todo autoritarismo, porque se sabe donado; de abdicar de cualquier intento de dominación, porque se sabe de antemano acogido. Pienso en el lenguaje aun y sobre todo en el contexto crecientemente estandarizado del trabajo académico actual, donde pareciera que lo Otro no debe hablar, habida cuenta del pavor que suscita como realidad eminente. Que lo Otro siga siendo lo Otro, inabarcable, como no se cansa de insistir Emmanuel Levinas en una reflexión tan atenta a los gestos del Otro, a la convocatoria del Rostro, y no con la insistencia de la convicción sino del ruego. “Traspasaré también la memoria para encontrarte a ti, verdadero bien, segura suavidad. Pero ¿para encontrarte dónde?” (Agustín 285). He ahí, quizá, una prueba mayor a nuestra libertad que, al arrojarse a preguntar y a encontrar, se verifica, sobre todo, como libertad de dejarse encontrar. Atravesadas de otredad, fundadas por Otro, las palabras nuestras de cada día quedan dispuestas a ese Otro y a recobrar toda su dignidad como genuina poesía, delineando la herida de estar vivos, abrazando la brecha, la distancia abierta por nuestra separación de creaturas, llorando ese gozo. Por eso Lewis confiesa: “admití que Dios era Dios, me arrodillé y oré” (207). El resto es el silencio de la gracia. nuevo preámbulo Lejos o cerca, “más lejos que Aldebarán/ y más cerca que mi vena yugular” (“Tú”, López-Baralt 43), “más cercano a mí que yo mismo” (Agustín 284), fulgor de nebulosa, dulzura infinita, contacto consolador, lo Otro ha de sobrepasar incluso su caracterización como “Ser” para comenzar, aun por la vía del seudónimo, a nombrarse “Dios”. Y el significante “Dios”, que estaba extraviado, habrá sido encontrado y recibido en esta casa —esta sala, esta universidad— y en esta alma navegada, para luego tomar posición en nuestras lenguas, como atalaya hacia el Rostro. Porque lo Otro, infinito, ha de ser Rostro. Y porque así se dará a nuestra comprensión arrodillada como
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