88 actas del ii congreso internacional de literatura mística misma sustancia infinita de la noche. La vereda era escarpada sobre la calle; la calle era de barro elemental, barro de America no conquistado aun. Al fondo, el callejon, ya pampeano, se desmoronaba hacia el Maldonado. Sobre la tierra turbia y caotica, una tapia rosada parecia no hospedar luz de luna, sino efundir luz intima. No habrá manera de nombrar la ternura mejor que ese rosado. Me quede mirando esa sencillez. Pensé, con seguridad en voz alta: Esto es lo mismo de hace veinte anos... Conjeture esa fecha: epoca reciente en otros paises, pero ya remota en este cambiadizo lado del mundo. Tal vez cantaba un pajaro y sentí por el un carino chico, de tamano de pajaro; pero lo mas seguro es que en ese ya vertiginoso silencio no hubo mas ruido que el tambien intemporal de los grillos. El facil pensamiento Estoy en mil novecientos y tantos dejo de ser unas cuantas aproximativas palabras y se profundizo a realidad. Me sentí muerto, me sentí percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuido de ciencia que es la mejor claridad de la metafisica. No creí, no, haber remontado las presuntivas aguas del Tiempo; mas bien me sospeche poseedor del sentido reticente o ausente de la inconcebible palabra eternidad. Solo despues alcance a definir esa imaginacion. (Borges, 1974, 765) Una genuina alienatio mentis le desmaterializa el entorno fisico-temporal al narrador y lo adentra, de golpe, a la dimension de la eternidad, «acaecida en su consciencia dilatada en total capacidad y desafio de sus limites [...] para, finalmente, ingresar en la categoria del yo cognitivo en retorsion metacognitiva» (Baez Rivera, 2017, 101). En sus palabras: «Me sentí muerto, me sentí percibidor abstracto del mundo» (Borges, 1974, 765). La segunda experiencia mistica de Borges hallo cauce en el verso. Treinta y seis anos despues, en su libro El otro, el mismo (1960) publica el poema «Mateo, xxv, 30», compuesto en 1953 «durante el proceso de una profunda depresion emocional», producto de la ruptura de Estela Canto con él en «una agridulce relacion sentimental» (Lopez-Baralt, 1999, 55, n. 49).
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