Democracia, Transparencia, Participación y Bien Común

115 democracia: transparencia, participación y bien común El 9 de mayo de 1978, las Brigadas Rojas liberaron a Moro para siempre: su cadáver, acribillado a balazos, apareció en el maletero de un vehículo Renault-4 de color rojo abandonado en la Vía Caetani, en el centro de Roma, a mitad de camino entre la Piazza del Gesù en donde se encontraba la sede nacional de la Democracia Cristiana y la sede nacional del Partido Comunista en la Via Botteghe Oscure. Amitad de camino entre los dos grandes centros de poder partidario del país, el cuerpo de Moro, lleno de la misma dignidad que siempre le había acompañado, yacía como un nuevo y sobrecogedor testimonio de la violencia totalitaria que habría de desangrar Europa y buena parte del mundo durante todo el siglo XX. Cuatro días después, el 13 de mayo de 1978, se celebró un solemne funeral de Estado en la basílica de San de Letrán. Fue oficiado de principio a fin por el maestro y el amigo, el hoy Beato Pablo VI, más que nunca Don Battista, el sacerdote “fucino”, también en sus últimas semanas de vida, que habría de tocar a su final el 3 de agosto de 1978 siguiente, un Pablo VI abrumado por el dolor, lívido, severo, más que nunca el maestro y preceptor, y más que nunca sacerdote y padre. Su homilía, célebre por su conmovedora conclusión, por el desgarrador último ejercicio de autoridad papal, “Y a Quién íbamos a rezar sino a Ti, Señor, de la vida y de la muerte. Pero Tú no quisiste escuchar nuestras oraciones”, en lo que representa el pórtico del itinerario final de la existencia del inolvidable autor de la Populorum progressio, contiene también una auténtica enumeración, dramática, en un contexto histórico extremo, de las cualidades que, en el servidor público, podemos y debemos esperar los cristianos y, con nosotros, todos nuestros conciudadanos. Pablo VI, en su inequívoco diálogo con Dios, recuerda cómo tantos hombres rezaron por “la integridad de Aldo Moro, un hombre bueno, humilde, sabio, inocente y amigo”. Como habría de recordar Giulio Andreotti, su amistad con Aldo Moro conocía su alfa y su omega en la FUCI, con el padre Montini siempre iluminando su accionar público. Y, en esa jornada histórica, se convertía en un “tristísimo omega” 5 . Bondad, humildad, sabiduría, inocencia, amistad. Exigencias del servidor público, y muy especialmente del político. Pero también 5 ANDREOTTI, G.: Visti da vicino. Milano. 2000, p. 67.

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