Democracia, Transparencia, Participación y Bien Común

125 democracia: transparencia, participación y bien común felicidad puede llegar a ensañarse con los seres humanos que se permiten ignorar la gracia, es decir, el olvido de sí mismos, el desprendimiento, la ascesis que conduce a Dios, para resignarse a la felicidad material. La gracia, decía Bernanos en el Diario de un cura rural, es olvidarse de uno mismo. Nada más, pero nada menos. Los cristianos sabemos que nuestra religión no consiste en ser presos de emociones y efusiones sacralizadas por la cultura de lo efímero, del goce, de la sensación supuestamente irrepetible. Los cristianos tenemos el deber de reiterar una y otra vez nuestros compromisos. No basta con realizar la primera comunión. La segunda es más importante. Y la tercera que la segunda, y así sucesivamente. Y, con cada comunión, tenemos la obligación de hacernos más humildes para así intentar captar, como decía Mauriac “la desmesurada humildad de Jesucristo”. Los cristianos tenemos muy presente que, como dijo Jesús, “seréis odiados de todos a causa de Mi nombre”. Lo sabía muy bien Aldo Moro. Menos de un año antes de su asesinato, había participado entre el 2 y el 3 de julio de 1977 en un Congreso de los cristiano-demócratas en Bari bajo el título “Propuesta para la actividad musical en el marco de los bienes culturales”. Todavía hace no tanto tiempo, la visión política de los cristianos era una visión integral. En su intervención, Moro había manifestado que la política era necesaria e importante, y contaba con su propia lógica y con sus propias exigencias. Pero que su verdadera naturaleza definidora, y su cometido más primario, era no resignarse a convertirse en una técnica árida del poder, sino en un homenaje prestado cotidianamente a la verdad y a la belleza de la vida 20 . Y el servidor público, en cualquiera de sus vertientes, debe ser capaz de trasladar a casa de cada uno de sus conciudadanos esa certeza. Nuestra vida, como personas, y como comunidad, es siempre bella. Nuestro Señor no es el Señor de “lo probable” del apacible comerciante de Copenhague que describía Soren Kierkegaard en uno de sus más bellos cuentos, instalado en todas las mediocres certezas cotidianas, almorzando sentado enmedio de su sólido comedor, separado de la calle por vidrios emplomados, que cuando repara en que lo asfixia “lo probable” se arroja a la ventana para reclamar “lo posible”. Nuestro 20 MORO, A.: La democrazia incompiuta..., p. 39.

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