Democracia, Transparencia, Participación y Bien Común
144 actas del cuarto congreso católicos y vida pública pone como modelo. Me refiero a Santo Tomás Moro, declarado patrón de los gobernantes y políticos por San Juan Pablo II, en su carta apostólica de 31 de octubre de 2000. De la vida y del martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje de ejercicio de virtudes, que a través de los siglos hablan a los hombres de todos los tiempos. Como también nos habla de la inalienable dignidad de la conciencia, que como recuerda el Concilio Vaticano II, “es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella.” Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con luz más intensa. Conducta que constituye uno de los mayores e imperecederos ejemplos de coherencia moral de un gobernante. Testimonio ejemplar el de Santo Tomás Moro, que también se ha reconocido desde fuera de la Iglesia como fuente de inspiración para una acción política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana. Tomás Moro vivió en la Inglaterra de comienzos del siglo XVI. Había nacido en Londres el año 1478. Entró desde muy joven al servicio del Arzobispo de Canterbury John Morton, canciller del Reino, puesto que terminaría por ocupar años más tarde. Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y en las escuelas de abogacía londinenses, recibiendo una formación jurídica y humanística al estilo de la época. Precisamente por su condición de humanista, fue reconocido por los grandes hombres de la cultura del Renacimiento, y particularmente por Erasmo de Rotterdam, con quien le unió una estrecha amistad. Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua práctica ascética y durante su época de estudiante se alojó incluso en la Cartuja de Londres. Sin embrago, se sintió llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, por lo que fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos, tanto varones como mujeres.
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