Yo soy cristiano: Identidad, misíon y testimonio ¿Quién soy? ¿Por qué lo soy? ¿Cómo lo vivo?
86 actas del quinto congreso católicos y vida pública no ha revestido, nunca, ninguna aportación significativa a la causa de la emancipación humana que promueve el cristianismo, emancipación material, pero también, como con enorme sagacidad decía el cardenal Paul Poupard cuando hace diez años conmemoraba el cuadragésimo aniversario de la Populorum progressio , emancipación también de las conciencias. La libertad de los cristianos es la que Dios ha querido. La libertad integral de quien ama. La libertad es la más poderosa alternativa frente a la emotividad egocéntrica contemporánea. Frente al miedo a la soledad y frente al vacío del adicto a las redes sociales. Y, entre todos los vértigos que aquejan a la condición humana, como Albert Camus afirmó con enorme lucidez y precisión cuando recogió el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo el 10 de diciembre de 1957, la más triste es la humana “ilusión de crear sus propias reglas y acabar creyéndose Dios”. Pero la libertad sirve para tomar decisiones. Y para asumir sus consecuencias. Se sabe vivo quien no elude su responsabilidad a la hora de optar. Y de optar apasionadamente. El equilibrio, la templanza y la contención, siempre, en las aptitudes. Pero el corazón del cristiano arde. Como el mar en la poesía de Pere Gimferrer. En un artículo que escribió el 26 de diciembre de 1944 tomando como referencia la celebración de la Navidad cristiana la víspera, Albert Camus decía que “hay una moderación del espíritu que debe ayudar a la inteligencia de la cosa social, y aún a la felicidad del hombre. Pero... la moderación del corazón... es justamente la que admite las desigualdades y tolera la prolongación de la injusticia. Nuestro mundo no necesita almas tibias, sino corazones ardientes que sepan darle a la moderación su justo lugar”. El día que nuestro corazón no se rebele contra todas las tiranías que se interponen en el camino de la emancipación humana, comenzando por lo material, y prosiguiendo por la espiritual, el día que no seamos capaces de defender la vida, y la justicia, y la libertad, estaremos peor que muertos, porque no suscitaremos más que indiferencia 6 . El corazón del cristiano no tiene la “costumbre de calor” de Jaime Gil de Biedma. El corazón del cristiano es el calor mismo. 6 CAMUS, A.: Moral y Política . Buenos Aires. 1978, pp. 145 y ss.
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