Iglesia, Estado y Sociedad Ruptura y Continuidad 1800-1868

189 Hacia las postrimerías del siglo 18, la ciudad amurallada de San Juan contaba con varios lugares para enterramientos. Consta que se enterraba en la Catedral, en las iglesias de los conventos de Santo Tomás (hoy San José), San Francisco (ya desaparecido), y Madres Carmelitas (hoy Hotel El Convento), en la capilla de los terciarios franciscanos (hoy parroquia de San Francisco), y en los dos hospitales de caridad, el hospitalillo de la Concepción, el antiguo (inmediato a La Fortaleza) y el hospital de la Concepción el Grande (en el tramo oeste de la calle de San Sebastián). Sabemos que el cementerio de la Catedral se ubicó originalmente detrás del ábside y se extendió, en fecha no precisada aún, al costado sur, en el lugar donde en la década de 1870 se construyó el edificio destinado a ser compartido por el Instituto Civil de Segunda Enseñanza y la Diputación Provincial. De acuerdo con el síndico procurador segundo del ayuntamiento de San Juan, en 1813 los lugares donde con mayor frecuencia se enterraban los vecinos de la ciudad eran los conventos de Santo Domingo y San Francisco. 15 Pero también hubo otros cementerios diseminados por la ciudad, algunos nombrados, como el Cementerio del Santo Cristo de la Salud, en los alrededores de la capilla del mismo nombre, y el de Santa Inés y Santa Rosa de Lima que parece fue usado principalmente para sepultar esclavos. 16 Otros no tan señalados pudieron existir próximos a las ermitas. Además, no olvidemos que las personas que por distintas razones morían fuera del seno de la Iglesia Católica no podían enterrarse en terrenos consagrados, por lo que solían abrirse fosas particulares en lugares apartados, muchas veces al pie de las murallas. A pesar de la disposición sinodal de 1645 para que se enterraran en las iglesias o cementerios consagrados, eran las categorías sociales las que, en última instancia, decidían dónde se enterraba a quién. Las autoridades civiles y eclesiásticas, hombres prominentes de la ciudad, miembros de las cofradías y asociaciones religiosas, los benefactores y los que ostentaran alguna dignidad especial gozaban del privilegio de enterrarse en las iglesias, aunque también debieron hacerlo, con menor frecuencia, representantes del pueblo llano. El famoso corsario y contrabandista mulato, hombre rico y poderoso de la ciudad, Miguel Enríquez, fundó una capellanía en la iglesia de Santo Tomás para que lo sepultaran en ella junto a su madre. 17 Y en 1745 lo enterraron en dicha iglesia, pero de limosna, sin ceremonias ni rezos por su alma, acorde con el giro de su fortuna. 18 15 Síndico procurador segundo José Batlle Espina al Ayuntamiento. 18 de julio de 1813. AGPR, Fondo de los gobernadores, E-6-8, caja 10. 16 Escritura de obligación de censo y tributo de Manuel Núñez y Ana Leal, 25 de septiembre de 1763. Archivo Diocesano de la Arquidiócesis de San Juan, Cuaderno de Anotaciones de Hipotecas de la Colecturía de la Santa Iglesia Catedral (1766-1817); Libro de difuntos de la Catedral, 1769-1774, párroco Antonio Casimiro de Mena. Debo estos documentos al Dr. Arturo V. Dávila. 17 Ángel López Cantos, Los puertorriqueños: mentalidad y actitudes (Siglo XVIII) . San Juan de Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Ediciones Puerto, 2000, p. 353. 18 Ángel López Cantos, Miguel Enríquez. Corsario boricua del siglo XVIII . San Juan, Ediciones Puerto, 1994, pp. 404-405. Entre la salud y el privilegio; Debates en la transición...

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