Iglesia, Estado y Sociedad Ruptura y Continuidad 1800-1868
33 que en muchos casos se quedó en promesa. En el fondo de las “disposiciones” de exclaustración de personas y de apropiación de bienes eclesiásticos late una radical negación de los derechos humanos y un hambre depredadora de las propiedades de la Iglesia. Es obvio que la nación se hallaba en penuria económica, con las arcas vacías, en parte por las tres guerras (la de independencia, la de las colonias insurgentes y la carlista), en parte por el retraso industrial del país, y en parte por los cuantiosos gastos de la construcción de la red de ferrocarriles. En la década de las regencias – que fueron dos: la de María Cristina y la de Espartero – se exacerbó el asendereado afán de desamortizar y exclaustrar. A un ritmo pavoroso, por la magnitud e injusticia del proyecto, y el desatino con que actuaba, del que son índices las reiteradas y rápidas caídas de gobiernos “desamortizadores” y “exclaustradores”. Si esos desmanes se iniciaron en los años napoleónicos, y se renovaron con devastadora fuerza en el trienio liberal , en la década de las regencias subirán a cotas de exterminio en los meses que ocuparon el podio del poder Martínez de la Rosa (enero – 1834 – junio 1835), el conde de Toreno (junio – septiembre de 1835) y alcanzaron el ápice conMendizábal, que se convirtió, en los pocos meses que gobernó, (septiembre 1835 – mayo 1836) en el prototipo y gerifalte de los depredadores. La desamortización y la exclaustración se colgarán a su nombre para los restos en la historiografía. Nigromante y rapaz seránmotes que algunos le cuelgan en la solapa. Era gaditano de etnia judía, masón de voluntad y Méndez de apellido, Mendizábal postizo. Ciñéndonos a Puerto Rico, repercutieron aquí los decretos de Mendizábal hasta causar el exterminio. Como en España, la Iglesia se vio despojada de sus propiedades y herida en sus estructuras. Los religiosos de la noche a la mañana se vieron en la calle, como una nueva clase de mendigos desamparados. Y sus conventos, vaciados o convertidos en usos profanos o civiles. Y sus propiedades, sasqueadas o puesta en almoneda. Caso de vergüenza resultó la venta de la finca “Los frailes”, que los dominicos poseían en Loíza. Era una finca que trabajaban a renta casi simbólica más de cincuenta familias. Fueron desalojadas para vender la hacienda, una de las mejores del país. Pero resultó que no había compradores efectivos, y acabó por convertirse no en un vergel, sino en un bosque. Lo dice y lamenta el intendente que, en nombre del estado, se ocupó de venderla. Su testimonio nos ahorra disquisiciones. Lo dirige al ministro de Hacienda en una carta datada el 30 de septiembre de 1844. Leamos lo que decía: «Excelentísimo Señor: Entre los varios expedientes que, al hacerme cargo de esta intendencia, encontré rezagados y sin curso, fue el de la venta y administración de los bienes de monacales que contaba más de dos años de paralizados, sin llevar a cabo la adjudicación de la venta de terrenos de los frailes dominicos de Loíza, subastados en el mes de mayo de 1844, en la suma de 14.407 pesos, ni cuidado de su arrendamiento, posesionados de alguna parte de las tierras varios negros libres sin contrato formal ni idoneidad de ninguna especie, inspirando fundados temores al gobierno civil de la Isla. Crisis de las relaciones Estado-Iglesia en Puerto Rico...
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