Iglesia, Estado y Sociedad Ruptura y Continuidad 1800-1868
80 Desde muy temprano en el período, y siendo la ciudad de San Juan sede del obispado y de la alta jerarquía eclesiástica, se colige la necesidad de mano de obra esclava en la diócesis y en todas las iglesias y conventos de Puerto Rico. Por lo tanto, el clero tenía que hacerse indiferente ante la situación del negro. 47 Por esa razón, la función de la Iglesia, que representaba un freno para los desmanes de los esclavistas y que garantizaba algunos de los derechos de los esclavos, además de velar por su bienestar moral y espiritual, cayó en voz muda, en total silencio. Así las cosas, la legislación se convierte en letra muerta frente a la realidad de la esclavitud en Puerto Rico. El esclavo era una inversión económica protegida por el Estado. Además, el clero era amo de esclavos, por tanto, no podía criticar la condición de éstos en poder de los dueños de ingenios o de otros propietarios. Por eso, la Iglesia no condenaba la institución de la esclavitud, hasta el extremo de ser dueña de esclavos negros. 48 “La Iglesia iba más allá de la enseñanza cristiana: era el camino más fácil para el sometimiento; esclavizaba, pero en cambio el alma del esclavizado era salvada”. 49 De esta manera, los gobiernos utilizan la legislación y la Iglesia Católica para establecer el orden social que negaba al negro una personalidad propia, ya que el esclavo carecía de representación en la sociedad, considerándose como un objeto o cosa, por su dueño o esclavista. Como los esclavos no eran vistos como seres con humanidad ni razón, es decir, verdaderos hombres, “el dueño podía hacer lo que quisiera del siervo”, excepto matarlo o maltratarlo y, de hacerlo, el esclavo podía acudir ante el juez y presentar su reclamo. 50 “Para el amo, el esclavo representaba una cosa, su cosa, y al esclavo se le forzaba, y no siempre violentamente, a acatar esa relación, a entrar en esa relación [de poder], a entrar en esa posición de subordinación”, 51 afirma el historiador José Curet. El amo mandaba a sus esclavos “a pedir limosnas de puerta en puerta, como si fueran pordioseros libres...”, 52 añade Curet. El esclavo de cualquier edad, aun los niños, podía ser objeto de las siguientes transacciones entre su dueño y otra persona: compra-venta, alquiler o arrendamiento, pago de deuda o acreencia, pago de multa a la justicia, pago de servicio a la Iglesia, garantía en empréstito o negociación, permuta, cederse en usufructo, legado, donación, embargo, prestación, hipoteca; se subastaba para pagar contribuciones adeudadas al gobierno; se podía heredar y renunciar a su posesión; se podía coartar, manumitir o libertar plenamente. Los esclavos se Maestría, 1977. 47 Ordóñez, ibid., p. 84. 48 Sued Badillo y López Cantos, op. cit., p. 140. 49 Luis Rivera Pagán, Evangelización y violencia: la conquista de América. San Juan, Editorial CEMI, 1990, p. 309. 50 Las Siete Partidas, op. cit., p. 120 51 José Curet, Los amos hablan. Río Piedras, Editorial Cultural, 1986, p. 51. 52 Ibid, p. 33. Dra. Ivette Pérez Vega
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