Iglesia, Estado y Sociedad Ruptura y Continuidad 1800-1868
92 Además, el niño es más fácil de desprender de sus raíces familiares y culturales, por lo que se agilizaba su adaptación al país. Requería menos esfuerzo educar al niño en el sistema de hacienda y esclavitud que al adulto, lo que redundaba en mayor beneficio para la empresa. 126 También el número de esclavos había mermado en las islas vecinas, debido al Tratado Anglo-Español del 1817, ya que muchos se habían liberado y la gran demanda de negros obligaba a adquirir niños. Quizás, los llamados “negrillos” era lo único aprovechable en ese momento, con el estímulo de que en pocos años serían adultos. ¿Es que los niños ya se vislumbraban como la última medida de supervivencia de las haciendas y la esclavitud? Una vida más larga significaba una mayor rentabilidad para el negocio y para el servicio que prestaba al comprador. La mayoría de los esclavos importados eran enviados en embarcaciones de diferentes matrículas desde las islas vecinas Guadalupe, Martinica, Trinidad, Curazao y San Tomas, consignados a comerciantes de Ponce luego de ser comprados por estos en esos lugares. “Llama la atención el escaso número de sacerdotes que libertan a sus esclavos. Muchos son dignidades, que lo hacen generalmente por testamento, luego de su muerte, y a menudo de manera selectiva”, nos dice el historiador Dr. Adam Szásdi, 127 quien se refiere al período de 1800-1811 en San Juan. Las dignidades mencionadas son: el Obispo Fray Juan Bautista Zengotita Vengoa, en 1802, mercedario, amo de dos morenos y dos mulatos. A uno de los morenos ya había concedido la carta de libertad, pero desconocemos bajo cuáles condiciones. A los tres restantes, que debían ser niños, les da la libertad en su testamento. A éstos los educaban personas escogidas por su sobrino, el Canónigo Zengotita, “hasta que tomen estado a su gusto, en cuyo caso usarán de su plena libertad”. 128 El Chantre D. Esteban González en 1808, tiene por esclavos al matrimonio de Pedro Pascual y María Soledad. A esta, la hubo de su hermana, y Pedro nació y se crió en su casa “procedente de una esclava advenediza”. A su hijo Manuel de Jesús, ya le había otorgado la libertad al nacer, y a los padres en 1811, póstumamente. Posee, además, otra esclava, María Encarnación, a quien libera por codicilo, tres años después. También le lega a María Encarnación, cuando sea libre, la negra María Tomasa, a quien adquirió en el entretanto. 129 Aquí vemos algo muy particular, que demuestra cómo los propios ex esclavos y los libertos reciben legados de esclavos que son propiedad de una dignidad eclesiástica. Llama la atención cómo cambia la mentalidad de los libertos al obtener su libertad, adquieren o aceptan esclavos para estar bajo su servicio, olvidándose que una vez fueron esclavos. 130 Es 126 Ivette Pérez Vega, “El tráfico de niños esclavos en el sur de Puerto Rico (1815-1830)”, en Barbara Potthast/Sandra Carreras, ed., Entre la familia, la sociedad y el Estado: Niños y jóvenes en América Latina. Madrid, Iberoamericana/Franfurt am Main: Vervuert, 2005, pp. 25-49. 127 Szásdi, op. cit., p. 34. 128 Szásdi, ibid., p. 33, nota núm. 79. 129 Ibid. 130 Ivette Pérez Vega, “Juana María Escobales, liberta liberada”. La mujer en Puerto Rico frente a una era global. Edición especial electrónica y publicación de libro. A. Frambres Buxeda, et al, eds. San Juan, Dra. Ivette Pérez Vega
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