Creer y actuar para renacer

54 actas del sexto congreso católicos y vida pública expertos en encarar tormentas y salir airosos de cada una. Y, claro, se equivocarían. Los últimos desastres que hemos sufrido comprueban que no sabemos nada de huracanes y que, peor aún, no estamos preparados para ellos aunque vivamos en medio de la autopista de huracanes del Atlántico tropical. En septiembre de 2017, nos visitaron Irma, el 7 y María el 20. Aunque ambos eran categoría 5, Irma nos rozó por el noreste mientras que María nos cruzó desde Yabucoa hasta Arecibo. Al principio nos regocijamos y vanagloriamos de haber sufrido y resistido dos “superhuracanes” en menos de dos semanas. “El peor desastre natural de la nación americana,” se ha dicho de María. Además, “El desastre natural más devastador y más costoso que jamás hayamos sufrido.” Pero, según fuimos comenzando a carecer de todo, nos empezamos a dar cuenta de cuán vulnerables somos, de cuán desprevenidos vivimos en eso de sobrevivir tormentas, y de cuán solos estamos en cuanto a las ayudas generosamente prometidas, pero mezquinamente provistas. Mucho del daño no tenía que suceder. Casi todo se pudo haber evitado, pero no fuimos prudentes anticipando lo previsto. Fuimos descuidados e irresponsables. Lamento decirlo así, pero fue una tragedia anunciada. Veamos algunos efectos de huracanes en nuestra isla. En Hugo, 1989, vimos destrucción de libro de texto. Vimos daños en estructuras, daños a la propiedad, daño a nuestra fibra moral y social...

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