Cristianos en salida, santos del presente

32 actas del vii congreso católicos y vida pública enemigos) sino de preguntarse: ¿Cómo nos está invitando a cambiar el Espíritu Santo? Es decir, se supone que en toda tribulación haya una invitación a la conversión. Se puede resumir así: en vez de lamentar y condenar, la invitación es a discernir y a reformar. Es obvio que el papa ha estado aplicando esas mismas lecciones a la tribulación eclesial del 2018. La primera vez que citó su prólogo fue en su discurso en la catedral de Santiago de Chile el 16 de enero de 2018, y volvió a citarlo varias veces en sus muchos comunicados en respuesta a la crisis, en las cuatro cartas a Chile en abril y mayo de ese mismo año y en la carta que escribió al Pueblo de Dios en agosto de 2018 después del informe del Gran Jurado de Pennsylvania. Entonces, en la segunda parte de la nueva edición de las Cartas de la tribulación , los jesuitas han añadido estos textos del papa, además de varios propios comentarios y ensayos, y un nuevo prefacio de Francisco. No están incluidos, porque son posteriores, pero podrían sumarse a esa lista otros textos papales actuales de la tribulación, a saber sus homilías sobre el Gran Acusador en septiembre de 2018, después del ataque del arzobispo Viganó; su discurso a la Curia en la Navidad 2018; y por último, su carta a los obispos de los EE. UU. antes del retiro que hicieron en el seminario de Mundelein a principios del 2019. Y seguro, al final del encuentro de Roma, el papa dará un discurso fuerte y contundente que será considerado uno de sus clásicos. Lo que se desprende de estos textos es un papa que está guiando a su Iglesia por el camino de la conversión. El discurso en la catedral de Santiago de Chile se refería a una Iglesia en desolación, abatida por la falta de credibilidad en la sociedad, y los muchos escándalos de abuso y de encubrimiento. Y trazó para la Iglesia en Chile el crecimiento de san Pedro, de discípulo en apóstol, cuando Jesús resucitado lo perdona por haberlo abandonado y traicionado en la pasión. Pedro, al abrirse a esa misericordia, pasa de ser el hombre abatido y desolado del final del evangelio de Juan al gran predicador y curador, lleno de parrhesia, del principio de los Hechos de los Apóstoles. De un comienzo en que está centrado en su propio fracaso, rumiando sobre su desolación, enfocado en sus perseguidores, pasa a centrarse en Jesús y luego en lo externo: hacia la misión y la evangelización. Es decir, un recentramiento en Cristo, lo que conduce a un descentramiento en otros. Ese camino de conversión es el que repite en las varias cartas a la Iglesia chilena después de su retorno

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