El desafío de una educación solidaria
116 actas del viii congreso católicos y vida pública Esta tarea de revivir, repensar y reescribir los valores, dicho sea de paso, no es algo que haya que lamentar. En primer lugar, porque se trata de un hecho y lamentarse es inútil. En segundo lugar, porque representa también una oportunidad. Más aún, la tarea de formular siempre y de nuevo las mismas cosas me parece ser el sentido mismo de la historia y de la existencia de cada persona. Como decía Hannah Arendt, “cada persona que nace es un nuevo comienzo del mundo”, puesto que cada persona tiene algo original que aportar. Desde este punto de vista, queda claro que la tarea de volver a empezar nos afecta a todos y no solo a los católicos. Más aún, me parece que para los católicos la actual situación cultural presenta un aspecto particularmente favorable, incluso gracioso. Me refiero al hecho de que los que hasta hace pocas décadas encarnaban la vanguardia intelectual, ahora se encuentran “fuera de base”. Hay una academia (tanto filosófica como científica) desubicada: acostumbrada a ser progresista por definición, de repente se descubre en la incómoda posición del reaccionario. remontar el “gap” ¿Qué hay que hacer para remontar el “gap”? Después del “caso Lawrence”, decía antes, mi hipótesis educativa es la de la civilización de la verdad y del amor. Ahora bien, a esta propuesta hay que darle dignidad cultural. Lo primero, naturalmente, no es darle dignidad cultural, sino vivirla, practicarla, ejercerla; pues, la cultura en sentido estricto (el trabajo intelectual y científico) nace de ahí. En todo caso, hay que hacer también un trabajo cultural. De no hacerlo, nos quedamos en el gueto, es decir, marginados y marginales. En efecto, yo creo que los católicos tenemos todavía cierto “complejo de inferioridad” frente a la cultura dominante, y con razón. No porque el cristianismo sea culturalmente inferior a otras filosofías o ideologías, sino porque hemos descuidado demasiado ese trabajo cultural. Muchas veces, por ejemplo, se estima a la Iglesia o a los cristianos porque hacen obras de caridad, pero no porque tengan algo que aportar a la cultura. En palabras crudas, se les estima por ser buenos, no por ser inteligentes. Esto, obviamente, es injusto e incluso insultante, pero quejarse es inútil: lo que hace falta es trabajar, pensar, investigar, producir.
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