El desafío de una educación solidaria
128 actas del viii congreso católicos y vida pública de cada persona, le da esa capacidad contemplativa para ir más allá de lo externo. De esta manera el Espíritu es epifanía, desvelamiento de la auténtica dimensión de la realidad. Nos hace verla en su totalidad. No parcialmente. Fuera del ámbito del Espíritu la realidad no se percibe en su sentido y verdad. Está como truncada. El término “carne”, tan común en Pablo, expresa la realidad separada del espíritu, en el ámbito de la simple naturaleza, de la debilidad, de la apariencia. Por eso el apóstol afirma que, si en otro tiempo conoció a Cristo “según la carne”, ya no lo conoce así porque su misma transformación de “hombre carnal” a “hombre espiritual” le ha dado un nuevo conocimiento: • De Cristo en su realidad profunda . Ya no es solamente un descendiente de David (Rm 1, 3) o del pueblo de Israel (Rm 9, 5), sino el Hijo de Dios, revestido de poder según el Espíritu de santidad que lo resucitó de entre los muertos (Rm 1, 4). Es el Espíritu el que señala su dimensión como hombre nuevo, nuevo Adán, Espíritu que da vida, origen de la nueva humanidad (1Co 15, 45). Por eso el que se une a Él, forma con Él no una sola carne, sino que se hace un solo espíritu con él (1Co 6, 16-17). • También del hombre . En cuanto esté considerado solo como “carne y sangre”, es decir, marcado por la muerte y la corrupción, es solo “este hombre exterior” que se corrompe, se va desmoronando cada día (2Co 4, 16), y no puede heredar el Reino de Dios porque la corrupción no puede heredar la incorrupción (1Co 15, 50). En cambio, el Espíritu Santo nos da un nuevo conocimiento de nosotros mismos, nos descubre el ser humano auténtico, “el hombre interior” que se renueva cada día (2Co 4, 16) porque en él habita el Espíritu (Rm 8, 11) y participa ya, al presente de la vida en plenitud que ha de manifestarse (2Co 5, 5). • Este nuevo conocimiento según el Espíritu se extiende a toda la comunidad , formada por los verdaderos descendientes de Abraham, no nacidos de la carne, ni viviendo según la carne, sino hijos de la promesa (Rm 9, 8), nacidos según el Espíritu (Ga 4, 23). Porque solamente los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rm 8, 14) y sobre ellos no pesa ninguna
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