El desafío de una educación solidaria

19 el desafío de una educación solidaria ser menos, aparecen por aquí John Locke, Jean-Jacques Rousseau y el marqués de Concordet, precedentes de Víctor Considérant, discípulo de Charles Fourier. Y, por último, de forma más detallada, nos topamos con los pedagogos de la nueva educación, John Dewey, Edouard Claparède; Adolphe Ferrière, Célestin Freinet y Jean Piaget. Cierra el ciclo el teórico más conocido de la “nueva educación francesa” hoy en boga, Philippe Meirieu. En los libros clásicos se aprendió sobre la educación que, todo pueblo que alcanza un grado de desarrollo más allá de la satisfacción básica de las necesidades primarias, está inclinado a practicar la educación. Y aprendimos también que, en palabras de Werner Jaeger, “la educación es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y transmite su peculiaridad física y espiritual”. La educación no es una propiedad individual, ni un ejercicio de voluntarismo, ni una práctica de un emotivismo sentiente; la educación es una tarea, una misión de la comunidad, de la humanidad, que se sintetiza en quienes, desde lo humano, educan. Educar es algo más, es mucho más que comunicar, es transmitir. Educar es un ejercicio de razón y de sentido que afecta a la razón y al sentido. La razón es clave en la educación, y la educación es clave para la razón. Pero, ¿qué tipo de razón en la educación nos encontramos que genere una razón educativa? El filósofo J. Maritain aclaró que la educación no puede escapar de los problemas y embrollos de la filosofía porque presupone, por su propia naturaleza, una concepción de la persona. Y, desde el principio, está obligada a responder a la pregunta primera que se hace todo pensamiento: ¿qué es el hombre? La concepción completa e integral de la persona, que es un prerrequisito de la educación, solo puede tener una respuesta filosófica y/o religiosa. En la historia de la educación siempre ha estado presente la mirada a la trascendencia, para afirmarla o para negarla, porque la educación en sí misma es una práctica de trascendencia, de encuentro y de fascinación por ese conocimiento, que se hace vida, y por la vida que se hace conocimiento. En los procesos educativos, el sujeto descubre que la experiencia, conformadora de la vida, está enraizada en una razón de sentido que hay que descubrir, con la que hay que fascinarse y que hay que acompañar. Un sentido de la experiencia que es tan único como

RkJQdWJsaXNoZXIy NzUzNTA=