Importancia y Responsabilidad Personal en la Formación Cristiana para el facultativo de la PUCPR
importancia y responsabilidad personal en la formación cristiana para el facultativo de la pontificia universidad católica de puerto rico 4 que nosotros los cristianos hemos presentado la imagen de un “Dios muerto, lejano y frío”, tan distinto del Dios vivo y verdadero que aparece en las páginas bíblicas? Por fortuna “la raza de los que buscan, de los que van tras el rostro de Dios” ( Salmo 24) no ha desaparecido de nuestra tierra. Todavía hay hombres y mujeres “de limpias manos y de puro corazón, que no han alzado su alma a cosas vanas ni han jurado conmentira”, que aspiran a subir al monte de Dios. En los tiempos malos de Israel, siempre hubo un resto fiel. También entre nosotros existen los adoradores ocultos, que impulsados e iluminados por el don de la fe buscan a Dios en su corazón guardando, cultivando y transmitiendo esta experiencia del Amor que da vida. De aquí lo sabio y providencial de este tiempo de gracia que vivimos como Iglesia la celebración del Año de la Fe. “La Puerta de la Fe está siempre abierta para nosotros y al cruzar su umbral somos introducidos en la vida de comunión con Dios y permite nuestra entrada en su Iglesia. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma”. Este tiempo oportuno que nos regala Dios a través de su Iglesia se convierte en un llamado para redescubrir el camino de la fe y así iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. Entrar por la puerta de la fe es el reconocimiento de la capacidad natural de todo hombre para encontrar a Dios como una gran verdad. Pero hay que establecer como punto de aclaración que se trata sólo de la mitad de la verdad. Sucede que el hombre, dejado a sus solas fuerzas, difícilmente o nunca llegaría a encontrar a Dios. La búsqueda iniciada por el hombre no llegará a su término si Dios no sale a su encuentro. No le vendrá mal al hombre del siglo XXI, tan orgulloso de sí mismo y de sus conquistas, recordar esta definitiva impotencia suya cuando se trata de encontrar a Dios. Esta impotencia viene dada, en primer lugar, por la magnitud del objeto, de Dios. Dios es algo insondable, e inescrutable por sus caminos ( Rm . 11, 33). Pertenece al orden del “misterio”, y ninguno más recóndito e inalcanzable que el misterio de Dios. La otra raíz de la impotencia está en el sujeto, en el hombre mismo. Son muy pocas las inteligencias que han llegado a dominar con profundidad más de un sector del saber humano. Los que han dedicado su tiempo al estudio de Dios apenas han llegado a otra cosa que a articular unos tímidos balbuceos cuando han querido expresar lo que han descubierto de Dios.
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