Koinonia | 2005-2006

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 16 A partir de esta descripción, el Compendio vincula el logro del bien común con precisas responsabilidades del Estado, afirmando que el bien común es la razón de ser de la autoridad política (cf. n. 168). En este punto no puedo dejar de hacer una rápida referencia a lo que es uno de los temas tratado con creciente atención en la doctrina social; me refiero al tema de la democracia. La doctrina social de la Iglesia subraya sobre todo un aspecto preciso: «Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad». El número termina con estas significativas afirmaciones: «La democracia es fundamentalmente un ordenamiento y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter moral no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve» (407). 9. Otro dato me parece sumamente relevante: en el acercamiento a la economía, el Compendio subraya con fuerza la relación con la ética. La economía y las instituciones económicas se ocupan de la dimensión socio–relacional de la vida del hombre que busca las posibilidades de hacer frente, de manera cuantitativa y cualitativamente apreciable, a las necesidades primarias puestas por su existencia en el mundo. En esta perspectiva se sitúa la dimensión intrínsecamente ética de la economía, tanto como aspecto de la vida práctica del hombre que como ciencia. En efecto, la persona humana está al centro de la investigación y de la praxis económica, como repetidamente lo ha afirmado la Iglesia con su Magisterio social que ha llegado a declarar que el hombre es «el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social» ( Gaudium et Spes, 63). El término «persona» expresa capacidad de voluntad libre y consciente; está claro entonces que la referencia a ella exige también una consideración de la economía en la que la ética aparezca con una función no simplemente “limitativa” de los excesos de la economía, sino con un rol constitutivo de la praxis económica y de la misma disciplina. La economía tiene explícitamente necesidad de la ética, porque ambas encuentran su fundamento y su razón de ser en el hombre, ambas están destinadas, según perspectivas diversas, a comprenderlo en toda su

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