Koinonia | 2005-2006
La Familia en el Magisterio de Juan Pablo II 71 La verdadera promoción de la mujer debe reconocer la función materna y familiar, el trabajo de la casa y la educación de los hijos como algo especial, con significado original e insustituible (FC 23). La mujer debe tener acceso pleno a las funciones públicas, pero sin renunciar a su misión materna y no deben ser obligadas a trabajar fuera de la casa. En esto el Papa advierte que hay una pobre valoración del trabajo doméstico en comparación al trabajo llamado profesional (FC 23). El Papa también señala las discriminaciones injustas contra la mujer y su dignidad, que serán abordadas y tratadas especialmente en varios documentos importantísimos posteriores a la Exhortación (FC 24). El Papa menciona el machismo como una de las fuentes de la opresión de la mujer e indica que la relación entre los esposos debe ser “un tipo muy especial de amistad personal” (FC 25). No se olvida de los derechos de los niños (FC 26), sobre todo si son minusválidos, y de los ancianos, que aportan una sabiduría y son preciosos testigos del pasado, además de que ayudan a clarificar la escala de valores y contribuyen a la continuidad de las generaciones. Es por ello que no se debe aceptar como normativa su marginación del resto de la familia (FC 27). La segunda misión de la familia tiene que ver con la transmisión de la vida. Aquí el Papa describe el cometido de la familia como cooperar con el amor de Dios creador, “transmitiendo en la generación la imagen divina de hombre a hombre” (FC 28). Defiende el anuncio profético de la Humanae vitae , que como hemos visto, ya había defendido siendo Arzobispo de Cracovia. Repasa las objeciones a la procreación, lo que llamamos en Puerto Rico, los argumentos a favor del cierre de la fábrica luego de tener la llamada “parejita”, y afirma claramente que “la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don esplendido del Dios de la Bondad” (FC 30). El Papa aprovecha para condenar como ofensas graves a la dignidad humana y a la justicia las imposiciones de los gobiernos que limitan la libertad de los esposos en la decisión sobre tener hijos, favoreciendo el anticoncepcionismo, la esterilización y el aborto procurado (FC 30). Invita a los teólogos a enriquecer los fundamentos bíblicos, éticos y personalistas de la doctrina de la iglesia, como ya hemos visto que resultó en la fundación de un Instituto en Cracovia (FC 31). Aquí vuelve a retomar la teología del cuerpo y específicamente el significado objetivo de los actos humanos sexuales para advertir como todas las practicas anticonceptivas falsifican la verdad interior del amor conyugal, manipulan y envilecen la sexualidad humana y por ello la de la propia persona del cónyuge (FC 32). Distingue el recurso a los ritmos temporales de la fecundidad de la mentalidad anticonceptiva como una diferencia antropológica y moral. Advierte que la Iglesia es consciente de la dificultad de muchos esposos
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