Koinonia | 2005-2006
Autismo existencial 88 o quienes sean; los europeos quieren ser como los americanos…). Malo es que estas cosas no se lean con racionalidad crítica en las universidades, ni en ningún sitio. El sano espíritu crítico puede resultar simpático en la primera conferencia, pero cuando empiezas a desglosar sistemáticamente la critica a este mundo perverso terminas sin donde reclinar la cabeza, eso es lo normal. Y es aquí donde uno, o es de la estirpe de Abraham, trabajando por lo que Dios le diga, o uno es de la estirpe del dinero, porque no se puede servir a la vez a esas dos estirpes, Dios y el dinero (la palabra “señor” está mal traducida, es más bien “estirpe”, lo que dice el término hebreo). Esto exige dentro de la Iglesia más cercanía con los pobres. Este mundo es pragmato-positivista-funcionalista-dineralista- economicista . ¿Y la persona cuanto vale? Según tiene: tanto tienes, tanto vales. En nuestros días lo que está ocurriendo es que incluso los creyentes contemplamos a Dios como a un banquero, como si fuera un banquero, un banquero que anduviera contabilizando los méritos contraídos para salvarnos; a más meritos más salvación. Eso no es el cristianismo, y desde luego, ese no es el catolicismo, eso en todo caso será el calvinismo, pero la mayoría de los católicos son calvinistas (es decir, pierden el pelo por el dinero, en ese sentido cabría llamarles calvinistas capilares ). Hoy reímos poco, tenemos poco valor para la sonrisa, la sonrisa no se da en un hombre superficial; la carcajada, la risotada se da en el hombre superficial: la sonrisa interior es producto del alma de una persona profunda. Hoy nos irritamos mucho más fácilmente, trasnochamos en exceso, gastamos un enorme tiempo ante el televisor, que es tiempo echado a los cerdos, y raramente oramos. Multiplicamos nuestras propiedades si podemos, pero reducimos nuestros valores humanos y divinos. Ustedes saldrán de La Universidad Católica con un buen título, pero probablemente no saldrán siendo buenos creyentes. Y eso significa una enmienda a la totalidad de las Universidades Católicas, no sólo a ésta en que hablo en estos instantes, sino a todas las que conozco en muchos países del mundo. Hablamos demasiado, pero pocas veces somos capaces de escuchar. Aprendemos como ganar la vida, pero no vivimos esa vida; antes, al contrario, la perdemos. Añadimos longevidad a nuestra existencia, pero no añadimos vida a la longevidad, cada vez vivimos más años, somos más longevos, pero cuantos más años vivimos y menos somos vivos espiritualmente. Mis alumnos de la Complutense me dicen: “Pero ¿qué dice usted? Pero ¿cómo se puede creer en la vida eterna?”. “Bueno, desde luego tú no podrás creer nunca en la vida
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