Koinonia | 2005-2006

Paul Ricoeur: una lectura de la condición del hombre contemporáneo 96 ser humano que también percibe, a su vez, nuestra voluntad. La presencia del mal, está ahí, siempre la presencia del mal, la presencia de la limitación, la presencia de la contingencia. Esa desigualdad se manifiesta en unas constataciones que nos colocan en la disyuntiva de creer o no creer, seamos o no creyentes. Porque creamos o no, la verdad es que llevamos un pecado original dentro. El mal nos acompaña, nos persigue de muchas maneras, en forma de limitación, en forma de imperfección, de no perfección a veces más o menos querida. Cada uno de nosotros tiene una cierta tendencia a ver que todos los demás son imperfectos y nosotros no, que los demás son los que tienen limitaciones. Pero, claro, los demás perciben lo mismo que nosotros. Tengamos por cierto que el mal está presente como limitación, como contingencia, está presente como algo que obstaculiza los fines. Pero ¿cómo es posible el mal?, nos preguntamos. La presencia del mal es un problema para el filósofo y también para el sentido común. La pregunta de cómo es posible que el mal haya entrado en el mundo está presente en toda una tradición griega, incluso desde Rousseau a Kant. Si consideramos al ser humano, en principio, inocente, ¿cómo es posible que una voluntad inocente introduzca el mal en el mundo?, ¿cómo es posible que cometa el mal? Ricoeur se coloca en esta tradición con una amplia gama de trabajo, sobre cómo pensar el mal, no como pecado, todavía--- entendiendo por pecado el mal ante alguien, el mal ante Dios, ante otra persona--, sino como limitación, como sentimiento de culpa y de mancha que llevamos todos nosotros en nosotros mismos. ¿Cómo es posible que el mal haya entrado en el mundo? ¿Por dónde entra el mal en el mundo? El mal se nos presenta más como un misterio que como un problema, y ya sabemos que los problemas, al fin y al cabo, son solucionados, los misterios no y, además, en el misterio podemos participar. ¿Qué quiere decir participar? Podemos compenetrarnos con lo que el misterio significa, pero eso no quiere decir solucionar. Así, el mal se presenta como una paradoja en el lenguaje, en la historia y en la tradición. Si echamos una mirada a los lenguajes míticos, a los lenguajes tradicionales simbólicos que han hablado del mal, vemos que el mal es tanto algo que el ser humano comete, cuanto algo que padece. El mal es paradójico. Tiene una doble cara. Por una parte, en cuanto estamos en el mundo, lo sufrimos. Aún más si añadimos luego la hipótesis de una voluntad inocente, que entra en el mundo y encuentra el mal como limitación, como opinión, como contingencia, y como ocasión de

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