Koinonía 2006-2007

Amor: irresistible promesa de felicidad 34 hay un amor monógamo, exclusivo y para siempre. Eso hace que el hombre junte el amor carnal con el amor espiritual; y ése es el hombre integro, el hombre de verdad, entero, auténtico y la pareja auténtica. Eso requiere purificación, requiere equilibrio y medida. Requiere que los novios, antes de besuqueos y abrazarse mucho, digan: vamos a pensar en cosas serias, porque esto se acaba pronto, muy pronto. En cambio el amor de verdad, el ágape , el amor que viene de arriba, que empapa el alma y el alma influye en el cuerpo, y el cuerpo también le transmite al alma lo que es necesario para que el amor sea humano. Este amor hace decir “cada día te amo más, cada día mejor”. A veces hay parejas que me dicen: “Padre, nos queremos como novios”; y le respondo: “entonces, se quieren poco”. Dios hizo al hombre y a la mujer con un destino eterno para amarse y procrear; pero primero para amarse. Para que el hombre tuviera donde colocar también su amor particular y personal, y saciarse como persona humana en esa entrega y ese recibimiento; ese amor que es ascendiente, amor oblativo, amor de benevolencia, amor que da y recibe. Dios ha hecho al hombre para que ame a su esposa. Por eso hace la profecía: “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Ese es el hombre completo, hombre y mujer. Ese es el matrimonio, la culminación del amor humano. Entonces, la mujer ya no está como una prostituta en cuanto al culto; para que yo idolatre a esa mujer que me eleva a las alturas de la divinidad; como dice el Papa, a la luz de la razón natural es evidente que esto degrada al hombre y aún más a la mujer, que se convierte en objeto sexual. ¿Qué ha hecho Jesucristo? El perfecto matrimonio. Dios se ha hecho hombre y se ha casado con la Iglesia. El ágape de Cristo pasa primero por el eros de Jesucristo; es así, aunque suene fatal. Cristo ha amado también así, de un amor humano, profundo. Cuando el Evangelio habla de la oveja perdida, del hijo pródigo, no son clases de cómo es Dios. Es lo que Él hace. Con estas parábolas, Él dice: “yo hago esto, yo lloro y me alegro, yo doy mi sangre, porque tengo mi esposa que es la Iglesia, y en la Iglesia yo quiero que esté todo el mundo”. Jóvenes y no tan jóvenes que me escuchan: Cristo me ama a mí personalmente. Estamos desvirtuando la religión, la convertimos en culto, en prácticas, en cantos, en camisas bonitas y no acabamos de entender que Cristo realmente me quiere, me ama, me abraza. Cuando leo la parábola del hijo pródigo digo: “Yo soy ese hijo pródigo y Cristo a mí me

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