Koinonía 2008-2009

derechos basados en la libertad individual soberana, choca necesariamente con aquellas concepciones de la vida que implican normas objetivas que trascienden o encauzan la libre decisión individual. La religión es vista exclusivamente desde este ángulo: como la pura coerción de una plena libertad individual. En la medida en que el Estado, perdidos toda sustancia normativa (es la caída de la moral republicana) y todo halo de ejemplaridad moral, sólo puede arbitrar entre las tendencias opuestas, las Iglesias no pueden aparecer más que como enemigas de la libertad del individuo. Esta forma de laicismo, propia de gente joven, que no ha tenido en su mayoría la menor experiencia ni contacto real con la religión, se une al laicismo doctrinal o republicano y define situaciones como la de la España actual, donde el descrédito público de la religión y no sólo de la Iglesia es insistentemente promovido en buena parte de los medios de comunicación. Es en este momento cuando debemos acudir al diálogo entre Ratzinger y Habermas para abrir vías de enfoque de nuestra situación. Lo que Habermas llama sociedad postsecular me parece más un desideratum que una situación fáctica. Su punto más débil, por más alejado de la realidad, es su afirmación de que un Estado liberal, que no puede hacer suya ninguna figura ética ni promover valores sustanciales, puede sin embargo sacar de su propio procedimiento democrático de formación de la voluntad política el ethos ciudadano necesario para su buen funcionamiento: es decir, que la trasmutación de persona privada en ciudadano se realiza por la costumbre que el propio procedimiento democrático engendra y que se inserta en la sociedad civil como algo propio (es indiscutible que el trasfondo es la experiencia de la Alemania de postguerra). El proceso democrático mismo es el lazo unificador: los desacuerdos se dan en el interior del acuerdo constitucional fundamental que es la base del Estado. Si Ratzinger pensaba, con razón, que los debates de la ciencia no pueden producir ningún ethos , yo soy aún más escéptico respecto de la capacidad del procedimiento democrático, en estas condiciones de individualismo generalizado, para alumbrar un ethos propio. Habermas se niega a reconocer ninguna debilidad interna al Estado liberal de Derecho y a mí me gustaría que así fuera, pero la realidad que nos sacude es su indiscutible debilidad moral, su incapacidad para ejercer como un verdadero poder público que goce no solo de potestas , sino de auctoritas . Que esa debilidad sea interna o provenga del empuje exterior, como él sugiere, es algo secundario. Pues la realidad es que el Estado liberal, carente de la fuerza ética y la ejemplaridad de antaño y, por tanto, de seguridad en sí mismo, tiende 137 Estado e Iglesia 1- El Estado laico moderno y las religiones

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