Koinonía 2008-2009

conducir y de hecho conduce a una desmesura incontrolable («el principio que tiene hoy libre curso es que la capacidad del hombre sea la medida de su acción. Lo que se sabe hacer, se puede hacer”) y que, por tanto, una autolimitación de la razón es perfectamente razonable. Hacia abajo, significa que, sin dejar de aducir las convicciones cristianas últimas, hay argumentos de segundo orden que pueden ser perfectamente compartidos por muchos y que verosimilizan las posiciones cristianas. Una razón pragmática que mire a la eficacia o el valor social, así como la razonabilidad de la tradición, es perfectamente legítimo utilizarla. Esta búsqueda de la razonabilidad compartida es, en el fondo, hacer uso como guía del derecho natural y en ella, paradójicamente, la Iglesia puede y debe coincidir con el viejo laicismo doctrinal, en la medida en que a éste le es vital mantener la idea de un espacio público de valores compartidos, de una moral pública que fortalezca y sustente el valor de lo común, de la igualdad ciudadana. La iglesia debe participar en el esfuerzo por hacer ver que la legitimidad del debate público se funda en asumir estrategias de bien común, en que las posiciones propias puedan se universalizables, compartibles. No son entonces sólo los creyentes quienes tienen que traducir a lenguaje público sus convicciones, son los individuos con sus crudos intereses los que igualmente tienen que asumir el lenguaje de lo justo y lo conveniente. Por eso, el adversario fundamental con el que topará este esfuerzo por la razonabilidad de lo religioso es el intento del nuevo laicismo de reducir todo argumento con pretensiones de normatividad a convicciones religiosas, con el fin de hacerlo literalmente incompartible y reducirlo a la expresión de una pura subjetividad individual, la subjetividad “religiosa”. Lo cual es una falacia que sólo conduce a despojar al ámbito público de su sustancia o, lo que es peor, a reducir el ámbito público a un puro mercado de convicciones individuales. 2) En segundo lugar, con respecto a la convivencia multicultural cada vez más fuerte, la conciencia del estrechamiento de la racionalidad moderna dominante le permite al Cristianismo reconocer que la razón (no la razón lógico formal, sino la razón práctica) no se identifica con la versión occidental de voluntarismo individual más tecnología, sin por eso dimitir de su pretensión de universalidad. La alusión de Ratzinger al logos griego nos da pie para recordar un pasaje de Heródoto que ilustra perfectamente lo que es una razón no poseída aún de una hybris niveladora. Cuenta Heródoto cómo Darío, el rey persa, para mostrar que la fuerza de la costumbre es lo que rige la vida de los pueblos, reunió Estado e Iglesia 1- El Estado laico moderno y las religiones 142

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