Koinonía 2008-2009
23 Si falta la autoconciencia de lo humano ya no existe una espera digna de la persona, que tome en cuenta, concretamente, la totalidad de sus factores estructurales. En tal sentido la crítica filosófica de Sócrates apunta a remover las proyecciones imaginativas con las que incautamente los hombres tendemos a aplacar la candente cuestión de nuestra identidad y de nuestro destino. Ante la verificable intrínseca pertenencia del yo a algo infinitamente más grande, que se desplaza siempre más-allá dentro de todo lo que se conoce y quiere, provocando a perforar prejuicios y a ingresar con libertad en lo desconocido, al hombre no le queda sino esta alternativa: o determinar él la figura del destino desconocido mediante el uso de su razón sometida a las medidas variables de su imaginación, sea a través de cierta apertura mítico- simbólica, sea a través de una proyección ideológica de la perfección del ser genérico de la humanidad perseguida mediante el poder o mediante una entretenida resignación a lo finito donde esconder la pregunta; o, por el contrario, permanecer atento en una espera crítica -sincera con su propia humanidad- de la auto-presentación concreta de lo Desconocido según una racionalidad que ya no es la de su propia razón imaginativa sino la del Otro, la del Lógos mismo y su desbordante Razón creadora, para verificar esa imposible correspondencia, necesariamente buscada por el yo-carnal. El increíble Hecho cristiano –tal es su sorprendente magnitud acontecida en lo pequeño y singular- atestigua lo imposible humano: que ese Lógos se ha hecho un rostro humano, concentrando así la mirada hacia el infinito sobre el mundo y el tiempo: enclavando la liberación total desde la historia. Porque si el Lógos se hizo hombre, todo lo humano tiene que ver con ese lógos. Su presencia propositiva, siempre a través de lo humano que La atestigua en su trascendente gratuidad, establece un dia-lógos con la razón y la libertad de cualquier hombre, más acá de cualquier contexto cultural, e invita a redescubrir, a juzgar de nuevo y a revivir todas las relaciones con lo real. Pero para eso privilegia el fruto de ese contexto socrático donde ha aflorado el uso crítico y sistemático de la razón ante el problema del destino y, de ahí, ante todo lo demás: ante el problema de la relación varón-mujer, ante el problema del trabajo como digna expresión del yo y transformación de la realidad, y ante el problema de la justa convivencia política de la pluralidad humana. Esto debía exigir, por su misma naturaleza, crear la universidad y exaltar de forma nueva el impulso del descubrimiento del ejercicio de la razón, como instrumento del diálogo crítico entre personas libres que buscan la verdad de la existencia. Ampliar la razón para vivir hoy la universidad
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