Koinonía 2008-2009

96 El mundo no es un caos donde las galaxias, constelaciones y astros vagan caóticamente, sin rumbo fijo. El orden preside el concierto del universo. Sus leyes se cumplen inexorablemente. Por eso, es posible la física, la astrofísica, la química y, general, las ciencias de la naturaleza. Por eso, el hombre pudo poner sus pies en la luna y regresar con éxito. Quiere esto decir que el universo está penetrado de la más alta racionalidad. También la vida vegetal, animal y humana. Basta observar el desarrollo y funcionamiento del cerebro humano para comprobar esta afirmación. Y la racionalidad exige imperiosamente una razón que ni el cosmos, la planta, el animal y el hombre poseen por sí mismos. Síguese entonces que una razón trascendente ha diseñado y puesto en ellos esos destellos de razón que manifiestan. Jacques Monod, famoso biólogo, premio Nobel de medicina en el año 1965, publicó, allá por el año setenta, una obra titulada “El azar y la necesidad”. Cree que “este hombre –llámese Shakespeare, Mozart, Schubert, Baudelaire- es el producto de una suma incalculable de hechos fortuitos ” 112 El título de la obra –“El azar y la necesidad”- muy bien pudo tomarlo literalmente de la Autobiografía de C.R. Darwin, donde defiende precisamente “la imposibilidad de concebir este inmenso y maravilloso universo, incluyendo al hombre con su capacidad de reflexionar sobre el pasado y el futuro, como un resultado del ciego azar o la necesidad” . Algo así como si lanzásemos al aire todas las letras del primer capítulo del Quijote, y en una de las caídas quedara perfectamente construido. Incluso, en este supuesto, tendríamos que preguntarnos de dónde proceden las letras, es decir, los hechos fortuitos. 113 François Mauriac, premio Nobel de literatura en el año 1952, le responde: “Lo que creemos nosotros, pobres cristianos, es infinitamente menos increíble ” . De todas formas, ya el libro de la Sabiduría nos había adelantado la idea que Monod propone: “Por azar llegamos a la existencia, y luego seremos como si nunca hubiésemos sido” (2, 2). 114 Frente a quienes ponen la nada como principio de todo e invocan el azar como la estrella que guía los pasos de la evolución, la fe cristiana pone la Razón suprema en el comienzo de todas las cosas y en el crecimiento de las mismas: “En el principio era la Razón, y la Razón estaba en Dios, y la Razón era Dios” (Jn 1, 1). Y añade: “Todas las cosas fueron hechas por . 112 Cf. revista Índice, 1971, sep-oct., nn. 296-7, p. 64. 113 Ed. cit., v. I, pp. 115-116; cf. Ib., p. 119. 114 Cf revista Índice, 1971, sep-oct., nn. 296-7, p.64. De cómo armonizar el relato bíblico de la creación con la teoría evolucionista

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