Koinonía 2009-2010

6 inventan de un día con otro”, y es el fruto, a su vez, de una educación capaz que crear convicciones profundas y verificadas en la vida cotidiana de un pueblo. La doctrina social de la Iglesia, que es “el anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad” ( Caritas in Veritate , 5), es terreno privilegiado para que la inteligencia de la fe se transforme en inteligencia de la realidad. Lo documenta de manera impactante Eduardo Carrasco cuando muestra cómo Juan Pablo II, sin ser economista, pudo prever la crisis financiera y económica en la que estamos envueltos actualmente: una crisis de la cual no vamos a salir solo maquillando el sistema, sino aceptando una “conversión” profunda del corazón y de la mentalidad, que permita privilegiar las inversiones en la economía real en lugar de ceder a la tentación del dinero fácil, ganado en el juego de la compraventa de títulos, acciones y productos financieros “tóxicos”. La doctrina social de la Iglesia es por tanto una gran ayuda para superar aquel dualismo entre fe y vida que constantemente nos asecha. Lo testimonia con mucha claridad Ramón Antonio Guzmán en su artículo sobre el nexo vital que existe entre doctrina social y Palabra de Dios. Que además la razón necesite ser constantemente rescatada y salvada por la fe, queda también documentado en la conferencia de Marta Cartabia y en el artículo de Giuseppe Zaffaroni acerca de los “nuevos derechos”. Sus análisis y agudas observaciones acerca de la antropología que subyace a la cultura de los nuevos derechos, nos hacen patente la urgencia de volver a pensar en el ser humano en términos no ideológicos, es decir, a partir de las evidencias y exigencias originarias propias de todo ser humano. Pero, lo que debería ser evidente, hoy es más difícil de reconocer y aceptar, porque los esquemas ideológicos prevalecen normalmente sobre el amor a la verdad propia y a la del otro. Solo la caridad en la verdad, que Cristo ha vivido y hace posible todavía hoy en quien le pertenece, puede abrir la inteligencia y el corazón para sentir verdaderamente hermano a todo ser humano, al asesino y al asesinado ( Se llamaba Jorge Steven López ); no por una superioridad moral, sino por la experiencia de un abrazo a

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