Koinonía 2010-2011

miedo a la vida, porque si el yo usa el corazón, si lo usa constantemente, no puede ser engañado. ¿Por qué? Porque la experiencia nunca se engaña, la experiencia nunca nos engaña. Podemos haber pensado que lo que respondía a estas exigencias profundas de nuestro ser, de nuestra razón, de nuestra libertad, era una cierta cosa: la que cada uno de nosotros habíamos soñado. Y tantas veces volvemos a casa teniendo que reconocer que no bastaba. ¿Eso qué significa? Que nosotros no podemos manipular el detector que tenemos de la verdad. Esto, a uno que no quiere caminar hacia la verdad, le puede enfadar, porque no puede manipularlo. Sin embargo, al que quiere verdaderamente que nadie le engañe y no quiere engañarse a sí mismo, no puede menos que estar agradecido de poder tener este criterio para caminar en la vida. Por lo tanto, ¿qué es lo que hace a un hombre verdaderamente religioso? Vivir intensamente la realidad. Porque cuanto más la vive y más compara, más se da cuenta de lo que verdaderamente le corresponde y más se da cuenta de lo que verdaderamente no le corresponde. Y de este modo está haciendo el camino hacia la verdad. Tanto es así que toda la realidad se somete a este criterio, hasta Cristo se sometió a este criterio. Me impresiona siempre, como veremos después, que Jesús, cuando encontró a los primeros, no perdió ni un minuto en hacer propaganda: «Venid y ved. Si hay algo que ver, vosotros tenéis el criterio, el detector para verlo, y si no, aunque yo diga que soy lo que queráis que sea, no será suficiente para convenceros». Porque el Misterio que nos ha creado nos ha dado todo lo que necesitamos para reconocer lo que verdaderamente nos cumple. Eso sí, hace falta una lealtad con la experiencia que uno hace. Por eso decía don Luigi Giussani que el problema del cristianismo es que tiene un pequeño inconveniente: hacen falta un hombre o una mujer, hace falta ser hombres o mujeres con toda su naturaleza racional despierta, para poder entender cuándo algo corresponde. En cambio, si está dormido, si ha dejado decaer sus deseos, si le da lo mismo cualquier cosa, entonces no le interesa nada. Pero cuanto más desea la persona, cuanto más interés tiene, menos se deja confundir. Por eso la cuestión fundamental que viene a nuestra conciencia, que nos hace verdaderamente conscientes de este misterio de nuestro yo, es: ¿qué es lo que sacia verdaderamente el corazón? Si nosotros usamos este criterio, estamos en la pista para poder encontrar aquello que verdaderamente corresponde. Si no, ¿qué nos sucede? Si no usamos este criterio, ¿qué es lo que nos pasa? Sucumbimos a la confusión: es como si todo fuera igual, como si cualquier cosa correspondiera del

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