Koinonía 2010-2011
desempeñó en el procedimiento contra el hereje dominico, no puede dejar de influir negativamente en cuantos parecen querer volver a proponer, aunque sea en términos netamente diferentes, algunas teorías tan heterodoxas que puedan ser evaluadas como preeminentes en un proceso de herejía. Pero, no obstante esto, si bien deja de lado este influjo negativo ejercido más de diez año después por el fantasma de G. Bruno, el cardenal inquisidor advierte fuertemente el problema de una conciliación entre tales nuevos alcances de la ciencia y los textos de las Escrituras. La respuesta de los matemáticos del Colegio Romano, con la firma de Clavius, Grimberger, Maelcote y Lembo, fechada 24 de abril, confirma la validez, uno por uno, de todos los descubrimientos publicados en el Sidereus . No sólo Belarmino no guarda para sí la carta, sino que parece que, al menos, la reparte dentro de un cerrado grupo de personas, entre las cuales está un estrecho colaborador suyo, Mons. Piero Dini, quien podrá escribirá el 7 de mayo a un correspondiente suyo, diciendo que: “El señor cardenal Belarmino ha escrito un pedido a los jesuitas en el que les pide información sobre algunos puntos de esta doctrina de Galileo, y los dichos padres han contestado en el mejor modo posible y se ve que son grandes amigos suyos”. 20 Entonces, los jesuitas son grandes amigos de Galileo: éste es el juicio que emerge de uno de los más influyentes prelados de la curia romana, amigo personal de Belarmino. Sin embargo, sabemos que, dentro de pocos años, será precisamente el cardenal jesuita quien advertirá a Galileo para que no siga defendiendo ni enseñando la doctrina de Copérnico. ¿Cómo se llega a la condena del copernicanismo en 1616? ¿Cuáles son los factores que entran en juego y que llevarán al decreto de prohibición de la obra de Copérnico? Hay en realidad, desde estos primeros meses, cierta aversión por parte de algunos filósofos y teólogos, vinculados a las doctrinas cosmológicas de la filosofía aristotélica, respecto de las conclusiones a las que llegaba la nueva astronomía de Galileo. El problema – que históricamente se origina con la carta que Galileo escribió a Castelli en diciembre de 1613, que se recuerda como la primera “carta copernicana”, y que parece una repentina aceleración después de la denuncia al Santo Oficio de Galileo al inicio de 1615 – es el de la conciliación entre verdades científicas (y, de manera especial, los descubrimientos de Galileo) y lo revelado en la Biblia. En efecto, ¿Cómo poder armonizar la doctrina de la inmovilidad del Sol y el movimiento de la Tierra con ciertas afirmaciones de la Sagrada Escritura? 20 Galilei, Opere , vol. XI, p. 102.
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