Koinonía 2010-2011
formalmente las Sagradas Escrituras de su interpretación. Más bien, al contrario, la exigencia contrarreformista de la época había acentuado de modo excesivo la exégesis literal de los textos sagrados. Parece así que entre científicos, y los filósofos y teólogos se produjera un verdadero corto circuito: por una parte, la teología (y, de modo particular, Belarmino), con la invitación a considerar el sistema copernicano como una hipótesis, afirma la idea de relatividad de las teorías científicas propia de la epistemología contemporánea; por otra parte, la ciencia (y, de modo particular, Galileo) se muestra muy prudente al llamar a que se practique una distinción entre lo que está escrito en la Biblia y el comentario a los mismos pasajes bíblicos. Por lo tanto, se podría decir que en el “caso Galileo” se ha realizado una verdadera inversión de roles: Belarmino tiene toda la razón cuando hace el papel de científico, Galileo cuando hace el papel de teólogo. En todo caso, Galileo no puede ser considerado un santo (como desearía una cierta apologética cristiana), ni un mártir del libre pensamiento (como desearía una cierta vulgata positivista, aún en boga en algunos círculos humanísticos actuales). Como dice Juan Pablo II, en su discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias del 31 de octubre de 1992: “En dicha perspectiva, el caso Galileo era el símbolo del supuesto rechazo, por parte de la Iglesia, del progreso científico, o bien del oscurantismo “dogmático” opuesto a la libre búsqueda de la verdad. Este mito ha jugado un rol cultural considerable; esto ha contribuido a fijar la idea en muchos hombres de ciencia y de buena fe, que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia, por un lado, y la fe cristiana, por el otro”. 22 Entonces, el rol jugado por Galileo en el clima cultural de la modernidad y, podemos decir, de la post modernidad, ha sido el de alimentar una fractura: fractura que históricamente no puede ser documentada de ninguna manera en el caso de Galileo. Es, como dice el Papa sin darle muchas vueltas a la frase, un mito cultural considerable. Y luego continúa: “Una incomprensión trágica y recíproca ha sido interpretada como el reflejo de una oposición constitutiva entre ciencia y fe”. 23 Una “incomprensión trágica y recíproca”: aquí Juan Pablo II afirma un hecho indiscutible, ya que por una parte declara como “trágico” (y quisiera resaltar la palabra trágico, que quizás por la prisa no siempre es considerada) el error cometido por los teólogos de aquel tiempo al 22 Discorso di Giovanni Paolo II ai partecipanti alla Sessione Plenaria della Pontificia Accademia delle Scienze (31 ottobre 1992) publicado en, Papal Addresses to the Pontifical Academy of Sciences 1917-2002, Città del Vaticano, Pontifical Academy of Sciences, 2003, p. 339. 23 Ibídem.
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