Koinonía 2015-2016
26 koinonía | anuario 2015-2016 En los primeros cuatro siglos del cristianismo, profesar la fe era peligroso porque el cristianismo no era una religión reconocida por las autoridades imperiales. Ser cristiano era ilegal y se presumía que uno no era un buen ciudadano del imperio. Por esto, sufrieron el martirio cruento toda clase de personas: hombres, mujeres y niños. Algunos eran obispos, presbíteros o diáconos, pero otros eran esposos, padres e incluso jóvenes vírgenes. Algunos eran ricos, la mayoría eran pobres y algunos eran esclavos. Al morir por la fe, estos fieles entraban directamente al cielo y pasaban a la presencia de Dios y compartían su poder con Él, como Jesús le había prometido a los Apóstoles: reinarán conmigo, juzgarán naciones y pueblos. Desde el cielo los santos siguen ayudando a sus hermanos. No se toman vacaciones. Como dijo felizmente Santa Teresita del Niño Jesús: pasaré mi cielo haciendo bien en la tierra. EnelNuevoTestamentohayevidencia claradeque los cristianos invocaban la intercesión, la ayuda, la protección de estos testigos dignos de emulación. Desde los comienzos, el recuerdo de los mártires llevó a los fieles a su admiración, emulación y veneración. El día, el lugar y las circunstancias de la muerte de cada testigo (eso es lo quemártir quiere decir en griego) eran recordados, no como los de cualquier difunto, sino con la alegría de la convicción de que, al estar junto a Dios, podía ayudarnos en nuestra propia lucha contra el pecado que nos desfigura y aleja de Dios. Se fueron componiendo listas de los nombres y días en que se le celebraba el nacimiento al cielo de cada santo. El día de un santo es su cumpleaños al cielo, no es su nacimiento al mundo. Estas listas de santos se llamaban martirologios. En la Santa Misa se hacía mención de dichos santos en la oración central o plegaria eucarística. Entrar a dicha lista, llamada la regla de oración pública o canon, era ser canonizado. En los lugares donde estos testigos habían muerto o habían sido enterrados, se celebraba la Misa y se peregrinaba a donde se conservaban sus restos, porque eran testigos de la fuerza continua del obrar de Dios, en otros
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