Revista Horizontes: primavera/otoño 2010 | Año LIII Nums. 102-103
26 Tal como lo prometió en su comunicado anterior de esta misma noche, el Consejo de Estado informa a la ciudadanía que ha sido sofocado un brote de violencia… (El Caribe, 29 de diciembre 1962). Resulta aquí pertinente destacar que el Estado requiere de la violencia de la comunidad de los desterrados y de sus habitantes para justificar la existencia del estado de seguridad. Con ello justifica las acciones para salvaguardar el orden y la paz social. La descomposición social de la comunidad de exiliados se utiliza como fundamento para el fortalecimiento de la policía y de las entidades de seguridad. A estos se les destina una buena tajada del erario. Y así, la alegada violencia de los palmasoleños sirve como discurso para mantener la entidad policíaca y como excusa para ejercer la violencia en la comunidad de abandonados. Palma Sola es señal patente de la herida purulenta en un cuerpo social enfermo y en crisis; es carimbo visible de la injusticia. La pobreza de los campesinos, su búsqueda de salud, comida, su tierra para su ranchito, tarea para su conuco le recuerda a la gente que ellos también sufren miserias y enfermedades. El campesino palmasolano es la expresión vívida de lo que carece la gente de la Isla. El representa la evidencia, la marca vergonzosa para el pueblo. Al igual que la adúltera que llevaba la letra escarlata visible en su ropa, Palma Sola es la marca vergonzosa de una sociedad excluyente, prejuiciada y discriminadora. ¿Hasta cuándo tolerarla? La manera pensada para sanear la ciudad, de extirpar lo “enfermo”, de sacar a los desestabilizadores del orden social es la exclusión y su corolario de exterminio. Para volver al estado que se imaginan haber perdido, se requiere limpiar al país, a San Juan, de los que violan sus leyes. Las esposas intentan hacer volver a sus maridos liboristas a sus familias de origen. Las iglesias aborrecen las prácticas religiosas olivoristas. Resultan amenazadoras para las creencias oficiales normalizadas; se han apartado del camino verdadero. Sin embargo, la cofradía sigue allí, carimbo viviente de la desatención oficial en todos los órdenes de la existencia; la cofradía, espejo de las propias carestías de la gente del pueblo. Las fuerzas de ley y orden matan a los palmasoleños a las 12:00 m. a sabiendas de que estos están desarmados. Les roban, mutilan, queman y no discriminan si se trata de una mujer, un hombre, un niño o niña, una persona anciana o joven. La purga es necesaria, según el pensamiento mágico que ostenta el grupo hegemónico. Los asesinos saben que los palmasoleños son homines sacrae - que la sociedad los ha abandonado y no habrá castigo para los que los maten. Palma Sola: Espacio de producción de poder Un vistazo a la noción de biopoder expuesta por Foucault también puede iluminarnos en la tarea de examinar las claves ideológicas de la exclusión y la masacre en Palma Sola. La noción de biopoder remite a la práctica del sistema hegemónico actual de utilizar numerosas y diversas técnicas para subyugar los cuerpos y controlar la población. A través del biopoder, el estado captura y transforma el cuerpo del ser humano construyendo la subjetividad de todos los seres humanos. El biopoder pretende convertir la vida en objeto administrable por parte del poder. La vida regulada debe ser protegida, diversificada y expandida. La intención del Estado es construir cuerpos dóciles, gobernables. Nada es más corporal, más material que el ejercicio de poder, muestra Foucault. Palma Sola es una espina de jabilla en el corazón del sistema dosificador. A Palma Sola y los cofrades los gobiernan otros líderes, otras reglas; rige otro sistema. Intentan escapar al sistema del control social (la iglesia, la familia, la escuela, el partido político...) que construyen la subjetividad del ente social. Es verdad que el palmasolano no ha escapado del poder normalizador que ha ejercido el poder soberano, al decir de Agamben. Sin embargo, muestra gran resistencia a esa opresión que ha ejercido el biopoder. Más allá, resistencia de cómo entenderse ser humano. Por eso, erige una comunidad distinta a la hegemónica. Para Fernando Valerio Holguín es clave el concepto de hegemonía para comprender aspectos del movimiento olivorista y de la cultura popular en general. Al respecto, subraya que la dominación por parte de las elites, aunque puede llevarse a cabo a través de la coerción, también se realiza a través de un “consentimiento” logrado a través de los medios de comunicación y el arte. De esa manera, se obtiene y resulta un “ liderazgo normal e intelectual ” como imaginario social. Al citar a John Storey, y con él, puntualiza que el logro de la hegemonía es un proceso marcado por la resistencia como por la incorporación . En lo pertinente, subraya que el olivorismo se desarrolló como un movimiento de resistencia semiótica, es decir, un movimiento popular que produjo una serie de signos. Dichos signos constituyen una opción a aquellos producidos por las elites del país. De acuerdo con Fiske, la resistencia semiótica no debe verse única y exclusivamente como oposición al poder, sino también como producción de poder por parte de las clases subalternas... … Como nación utópica con su propia religión, y por tanto su propia teología, con su propia moral y sus propias reglas, constituyó un espacio alterno que le planteaba retos intolerables a la cultura hegemónica. Creó un espacio de resistencia a las fuerzas de homogeneización de los grupos dominantes; resistencia que se manifiesta en la producción de una cultura popular apartada de la moral, los hábitos, conducta y mentalidad neocolonialista de las elites dominicanas. En ese sentido, los olivoristas crearon su propia comunidad semiótica a partir de las tradiciones ancestrales: cánticos, historia y elementos de religiones sincréticas
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