Revista Horizontes: primavera/otoño 2010 | Año LIII Nums. 102-103
6 Cuentos de política criolla del escritor dominicano Rodríguez Demoricci, puede servir de ejemplo. Por otro lado, los escritores antillanos del Siglo XIX recurrieron a temas tradicionalistas, costumbristas, regionalistas, como es el caso de Juan Criollo , (1928), del cubano Carlos Loveira; Engracia y Antoñita (1892), del dominicano Francisco Gregorio Billini y El Jíbaro (1950), del puertorriqueño Manuel Alonso. La problemática socio-económica, las plantaciones de caña, café, tabaco, el monopolio, el cacicazgo, el imperialismo económico, el discrimen y la lucha social han sido temas prácticamente obligatorios en la literatura de las islas. Cuentos como: “Aletas de tiburón”, de Enrique Serpa (Cuba), “La agonía de La Garza”, de Jesús Castellanos (Cuba); libros como Camino real , de Juan Bosch (Rep. Dominicana), Cuentos y leyendas del cafetal , de Antonio Oliver Frau (Puerto Rico), Cuentos para fomentar el turismo , de Emilio Belaval (Puerto Rico) son clásicos de la literatura antillana. Las tres grandes novelas antillanas de base geopolítica, Over , del dominicano Ramón Marrero Aristy; Ciénaga , del cubano Luis Felipe Rodríguez y La Llamarada , del puertorriqueño Enrique A. Laguerre, escritas durante la década de los treinta en sus respectivos países, giran en torno de las plantaciones de la caña de azúcar y la explotación del obrero por parte de las grandes potencias extranjeras con todas las consecuencias de hambre, miseria, enfermedades, humillaciones, muerte: Los gobiernos castigan a los desesperados que matan a los explotadores y cometen actos de terrorismo, pero a quienes deberían castigar es a estos capitalistas sin entrañas. Cegados por su fiebre de atesorar dinero, y empecinados en conceptos de superioridad racial, explotan, oprimen y siembran tal rencor en los hombres, que cuando el día del estallido inevitable llegue, la venganza de las masas lo arrasará todo como un huracán… (Marrero Aristy, Over , p. 206). No será hasta pasados los años cuarenta y cincuenta del Siglo XX que la temática de la tierra comenzará a quedar atrás para dar paso a la visión del hombre inmerso en las celdas de un cosmopolitismo que lo ahoga y destruye. Tomemos de ejemplo, en Puerto Rico, los cuentos de José L. González, El hombre en la calle , y los de René Marqués, En una ciudad llamada San Juan 2. La literatura antillana ha sido una literatura de carácter revisor, especialmente durante los años de la Generación del Treinta, con el propósito de reevaluar y reflexionar sobre los elementos auténticamente antillanos debido, como señaló, en su momento, el puertorriqueño René Marqués, a dos fenómenos que afectaron por igual a los habitantes de las islas: a. La dependencia literaria del escritor antillano en relación con España. b. La penetración política, económica y cultural de los Estados Unidos de América en el Caribe. (R. Marqués, Cuentos puertorriqueños de hoy, p. 14). En respuesta a esta situación, los intelectuales antillanos de aquella época: Tomás Blanco, Antonio S. Pedreira, Emilio Belaval, (Puerto Rico); Jorge Mañach,(Cuba); Juan Bosch y Manuel Peña Batlle, (República Dominicana), entre otros, diagnosticaron la realidad de las islas y trataron de rescatar, a través de sus ensayos, el auténtico “ethos” de la cultura antillana. Esta Generación del Treinta se dirigió, directamente, a los orígenes de la antillanidad con el propósito de interpretar aquel presente a la luz del pasado y trazarle caminos al futuro. El ensayo de Jorge Mañach, “La crisis de la alta cultura en Cuba”, resulta sumamente interesante por la meditación que, en su momento, provocó, en todas las esferas culturales del país. Semejantes efectos provocó el ensayo Insularismo , de Antonio S. Pedreira, en Puerto Rico. De Mañach transcribimos el siguiente fragmento por entender que sintetiza el espíritu de la Generación del Treinta. Estamos, no en un momento de agonía, sino de crisis. Crisis significa cambio. Acaso ya esta juventud novísima de hoy traiga en el espíritu la vislumbre de un resurgimiento. Mas no le confiemos al azar. Si como yo anhelo y espero, nos unimos todos en una cruzada de laboriosidad, de amor y de creación de estímulos, nuestra tierra llegará a integrar – subrayemos la palabra: a integrar– una verdadera Patria en la más espiritual y fecunda acepción del socorrido vocablo. (Jorge Mañach, “La crisis de la alta cultura en Cuba”, p. 157). 3. Debido a la cercanía geográfica y cultural con los Estados Unidos de Norteamérica, los escritores antillanos acusan, en ocasiones, una influencia directa de los grandes maestros norteamericanos: Edgar Allan Poe, Walt Whitman, Ernest Hemingway, William Faulkner, etc. Si bien la huella de todos ellos es evidente en lo que respecta a técnicas narrativas y a estilo, la ideología de los escritores antillanos, resulta, a menudo, profundamente antiamericana porque nuestra literatura ha sido y es, en la actualidad, una literatura de denuncia social, política, económica. El escritor cubano Lino Novás-Calvo acepta tales influencias, al señalar: Creo haber sido yo el primer escritor latinoamericano que “descubrió” a William Faulkner. Fue allá por 1929 o 1930 cuando tropecé en La Habana con uno de sus cuentos, y fue una sacudida. Nada semejante había leído nunca. Fue entonces cuando decidí también escribir cuentos y novelas, puesto que había allí un ejemplo de cómo era posible hacerlo sin sacrificar las más fuertes esencias de la poesía. (Lino Novás- Calvo, “Así era William Faulkner, Bohemia Libre , 1962, Año 54, Núm. 94, p. 54) Entre los elementos faulknerianos que se le atribuyen a Novás-Calvo, podemos señalar: el estilo tenebroso; el lenguaje desbaratado; la gramática arbitraria; sus personajes malditos, como es el caso de “Ramón Yendía”, protagonista del cuento “La noche de Ramón Yendía”; su potencia descriptiva; la
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