Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105
10 ALTERIDAD Y TRASCENDENCIA EN LA POÉTICA DE JULIA DE BURGOS: ANÁLISIS DE LA OBRA DESDE LA METODOLOGÍA ESTÉTICA DE HANS URS VON BALTHASAR Dra. Cynthia Morales Boscio A veces en las tardes una cara nos mira desde el fondo de un espejo; el arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara. Jorge Luis Borges Aspectos teóricos del método balthasariano: La propuesta dialógica de Hans Urs von Balthasar remite en primera instancia a la intrínseca relación entre la teología y la literatura. Apunta a que estas dos disciplinas están atravesadas por la misma paradoja: “decir lo absoluto e inconmensurable en una forma concreta y perecedera: la palabra humana” 1 . De una parte, la teología se interesa por la suerte del ser humano, de su finalidad, de su destino en una aspiración a ir más allá de los límites de su finitud. Esta dimensión le da una plenitud a los actos que superan la simple inmanencia. Es la disciplina que permite profundizar en la vocación y nos remite a un Algo que no se identifica con el espacio y el tiempo. Es por tanto, una invitación a buscar el fundamento del destino de la libertad más allá de las certezas establecidas. Esto requiere una mirada abierta a la Alteridad. Para que se establezca esta apertura, la literatura constituye un eslabón importante. Es ésta la que a través del imaginario se acerca a lo que nuestros sentidos y nuestros corazones quieren decirnos. Por ella, nos abrimos a ese lugar en nosotros en el que vibra lo sublime que el discurso secular no logra articular, dándonos las claves de nuestro sentido. Desde allí, ambas, teología y literatura, recibirán la impresión de la verdad bajo la tutela de un exceso. Por tanto, el eslabón que une a ambas disciplinas es la “figura”. Ésta da paso a la dimensión secreta del Misterio que se muestra siempre entre dos insondables silencios: el origen y el destino. Es ella la que se abre a la posibilidad de un conocerse a sí mismo y al mundo, a una superación de los límites que obstaculizan la revelación de lo plenamente humano, convirtiendo así la figura literaria en expresión de la gloria del ser. De esta forma, la conexión entre la literatura y la teología constituye una invitación a buscar la libertad espiritual y el sentido del destino humano más allá de las certezas establecidas “en el éxtasis de lo desmesurado e inabarcable” 2 . El aporte de Balthasar tiene la importancia capital de lograr reencontrar la relación con el sentido, principalmente en nuestros días en que el desencanto posmoderno ha ido derruyendo las referencias del yo dando paso a la despersonalización y al nihilismo. La comunión entre la literatura y la teología permiten rehabilitar el “espacio imaginario” que el racionalismo descartó, para darle paso a la dimensión de lo sublime que está más allá de nuestra simple entelequia, y, de este modo, redescubrir el espacio abierto del Misterio. Cuando esto ocurre estamos ante un verdadero “lugar teológico” en el que se da una “epifanía del todo en un fragmento” 3 y con ella, la auténtica revelación. Es preciso aclarar que el método de Balthasar no pretende ser la elaboración de un sistema, precisamente para no caer en las cadenas racionales en las que ni el misterio teológico ni la metafísica metafórica de la literatura podrán jamás encajonarse. Su método es más bien el planteamiento de una actitud y una mirada particular ante el éxtasis del exceso que provoca la ¨figura”. El autor plantea, por tanto, una determinada disposición al diálogo que parta, principalmente del respeto por la diferencia, para que de este modo se logre la epifanía en el proceso de extrañamiento ontológico. “Desde” la figura: Su visión metodológica remite en primer lugar a un mirar “desde” la figura lo que ella nos propone. El método en este sentido requiere de la “presencia”. Esto constituye un estar presente ante sí mismo, con conciencia de ser desde lo propio. Para que esta presencialidad sea genuina, el ser humano debe cobrar conciencia de estar “ante otro”. Sólo en la otredad el ser humano se proyectará más allá de sí mismo, experimentando el paso de la inautenticidad del yo-mismo superficial a la instalación de la autenticidad profunda de su ser 4 . De este modo la “otredad” constituye uno de los supuestos de la vía estética como camino del Amor. El “otro” como figura supone el que en su reflejo el yo se libera y adquiere la disposición para la búsqueda del amor profundo que constituyen la gloria de su ser. Pero para que esta “presencia” se materialice debe pasar por el “kairós”. Éste constituye el momento propicio, el tiempo justo en el que el ser humano está abierto y receptivo al encuentro con lo más profundo de sí mismo. Pues es en la intimidad del ser que acontece la emergencia del sentido. Que la forma revele su plenitud, explica Balthasar, va a depender “de si el que tiene la vivencia posee en absoluto ojos, oídos y corazón para percibirla, de si ha llegado su hora, de si está abierto y no se resiste a lo bello que sale a su encuentro; y, también, de si la hora del mundo es propicia a que las cosas bellas se desvelen todavía” 5 . Y la hora será propicia cuando el terror al vaciamiento requerido ante lo numinoso comience a ceder. De este modo quedarán liberadas las trincheras y limitaciones de nuestro ego controlador, y este soltar permitirá la actitud apropiada para la gracia que dará paso a la trascendencia. Este efecto creará la sensación de un volver a nacer para hablar un lenguaje nuevo: el lenguaje de la humildad. Sólo desde allí se atestigua el extraordinario Misterio inconmensurable de la gloria. Este advenimiento en el que el espíritu logra abrirse a esta forma incontaminada de mirar surge precisamente ante el “shock” de la “figura kenótica”. Ésta constituye el momento
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