Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105

11 abismal, el horror del hundimiento. Es, precisamente, en el momento de vacío, de debilidad, de defecto, de sufrimiento y de desastre donde emerge la grandeza del espíritu. Es este momento el que constituye la descarga energética que estimula a la transformación. Este vacío aterrador nos muestra la imagen que “el Autor originario diseñó para nosotros” 6 . En la literatura esta “kénosis” suele mostrarse en la visión del “necio humillado”. En él se da un ocultamiento o un vacío de Dios. A partir de una aparente visión del mundo al revés, en la que las topografías espirituales se invierten, se consigue liberar al ser de las trabas del dogmatismo que le obstruye en su alteridad. Consigue así descentrar al ser humano y hacerlo mirar desde el espacio abierto e incorrupto de su forma originaria. Por eso, por ejemplo, el niño, el loco y el necio se convierten en verdaderas paradojas de la sabiduría en las que se ve humillada la soberbia de la razón. En el despreciado y vilipendiado se nos revela el Dios de la alquimia que cocina lo precioso a partir de lo inútil. Balthasar al explicar este fenómeno nos dice: Las inversiones con las que Dios produce “shock” en el hombre pecador muestran ser más bien invitaciones y ocasiones para romper los límites de una finitud que se cierra a sí misma y llegar a aquella potencia y abertura de Dios, a la que apuntaba ya la creatividad, sin poder otorgarla de manera perfecta 7 . Por eso, la “kénosis” se nos presenta en las encrucijadas. Balthasar plantea que sea la paradoja el nexo entre la figura y el método, pues ésta nos interpela en la tensión misma del devenir al alumbramiento y a la actualización de un exceso. Cuando esto ocurre, el momento es propicio para la condición “kairológica”, ese momento/umbral que une el tiempo y el no tiempo. Dispuesto así el ánimo del intérprete para ver en la figura esa dimensión “kairológica”, que transforma, estará listo para atisbarla en su plenitud estética y teológica. El ser humano así “presente” desde el amor personal y la intimidad de sí que adquirió por la transformación del “otro”, está ahora capacitado para la “percepción”. Ésta es la facultad a la que aspira Balthasar para que se dé un verdadero encuentro entre la letra y el espíritu que cobre el carácter de Acontecimiento. Cecilia Avenatti de Palumbo explica la importancia de la percepción en el método balthasariano y comenta: …sólo una “percepción” atenta del ritmo interior que duerme en las grandes figuras del arte y la literatura, a la espera de que alguien las despierte y las hospede, podrá dar origen al pronunciamiento de una “interpretación condigna” con el hecho estético. Para la hermenéutica balthasariana, “percepción” e “interpretación” constituyen dos momentos cronológicos claramente diferenciados cuya posición en la línea de secuencia temporal no puede ser alterada 8 . Es a través de la capacidad de percepción estética que se obtendrá tanto el ámbito de la realidad sensible como el de la espiritual de la figura. Pues quien sea capaz de vislumbrar el contenido de la “figura” atisbará la clave hermenéutica del puente entre la belleza y la gloria divina. Explica Avenatti que la figura estética “abre hacia la existencialidad del drama irradiando desde dentro el contenido de una acción cuya evidencia de verdad proviene justamente del Amor que salva y transfigura” 9 . Una figura así tiene en su raíz el poder de la trascendencia, por lo que constituye un verdadero lugar teológico en el que se aúnan a un mismo paso la libertad humana finita y la providencia divina. Cuando la profundidad del ser logra emerger a través del éxtasis de la figura, el encuentro se vuelve acontecimiento. Estamos, entonces, ante un verdadero lugar teológico en el que se hace propicio el diálogo entre la literatura y la teología. Desde este exceso extrahumano que provoca la figura, un enfoque metodológico que pretenda comprenderla aplicando mediciones de las ciencias exactas la haría perder aquello que la hace ser tal. Pues ésta constituye la revelación del misterio del ser y el eslabón místico de la Gloria, incapaz de atisbarse desde el espacio limitante de la pura racionalidad. En la clave hermenéutica de Balthasar, la percepción constituye, por tanto, una sintonización entre lo perecedero e imperecedero en el que predomina el ritmo espiritual. De este modo, se requiere de una cierta disposición del intérprete en el que se combine la inteligencia lectora, la sensibilidad poética y la cualidad de la fe. Con estos atributos, será más propenso a dejarse afectar por la figura que se presenta como ese “otro” ante el cual se maravilla, y que le invita a cavar más a fondo hasta dar con la belleza que se hace mística y que en el más allá del silencio no puede articularse en categorías finitas. De igual forma, para que la figura genere este arrebato, el poeta ha de ser un inspirado divino. Los poetas intuyen la luz y son capaces de otorgar la forma expresiva a su manifestación porque en la sombra hay Otro que lo interpela y le otorga el don de pronunciar la callada música del Misterio. De este modo queda constituido el Todo en un fragmento. “En” la dramaticidad de la figura: Dispuesto el ánimo “desde” lo que revela la figura, se vuelve fundamental la mirada de la figura “en” su dramaticidad. Balthasar la considera como un instrumento o una parábola para llegar a la claridad del sí mismo, ya que constituye una proyección escénica de la existencia humana. El teatro, por ser espejo de la vida, es una forma directa para la configuración del destino del hombre. Pero, nuevamente, para que se dé una auténtica dramaticidad que revele el sentido debe haber una disposición del ánimo, un descentramiento que permita el reconocimiento de la otredad. De esta forma, el ser humano arropado por el éxtasis estético consigue verdaderamente atisbar su propia libertad personal. Así se da en el drama la apertura a lo ético-existencial del propio ser. Además, a través de la máscara, Balthasar propone que se conduce al ser humano a conocerse también en la acción de Dios que acontece sobre el teatro del mundo. Por tanto, la visión

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