Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105
13 ¡Río Grande de Loíza!...Mi manantial, mi río… desde que alzóme al mundo, el pétalo materno, contigo se bajaron desde las rudas cuestas a buscar nuevos surcos, mis pálidos anhelos y mi niñez fue toda un poema en el río, y un río en el poema de mis primeros sueños. 15 Su vivencia de niña en el río la acerca a la experiencia profunda de un infinito que se le escapa, pero en el que reconoce que han de estar guardados formidables secretos. Por eso le habla al río, pidiéndole: Alárgate en mi espíritu y deja que mi alma se pierda en tus riachuelos, para buscar la fuente que te robó de niño y en un ímpetu loco te devolvió al sendero. Aquí se transfigura la materia en umbral entre la fuente originaria “que te robó de niño” y a la vez abre en su alma el sentido de lo eterno, en el contacto con el asombro de lo divino. Más adelante en el poema, de forma simbólica, el río se transfigura en un hombre y el poema cobra aquí un carácter erótico: Llegó la adolescencia. Me sorprendió la vida prendida en lo más ancho de tu viajar eterno; y fui tuya mil veces, y en un bello romance me despertaste el alma y me besaste el cuerpo. La emoción del erotismo se afirma desde su bondad, muy al contrario de la perspectiva banal de la época que tendía a repudiar a “eros” a categorías ajenas a lo plenamente humano. Para ella el eros es la forma primigenia natural que trasciende hacia lo espiritual. Por eso su río es hombre “pero hombre con pureza de río/ porque das tu azul alma cuando das tu azul beso”. Comienza en este poema a transgredir las convenciones de su época y, sobre todo, la visión machista que reducía a la mujer a un mero objeto de deseo al servicio de las apetencias del hombre. Ese río-hombre es capaz de una comunión profunda en que el cuerpo y el alma se funden. Al contrario de los dictados patriarcales que, lejos de buscar entregarse a la intimidad del encuentro, aspiraban a una dominación cuya consecuencia degradaba en su dignidad no sólo a la mujer, sino también al hombre. Por eso también el río para ella es el “único hombre que ha besado en mi alma al besar en mi cuerpo” 15 . El encuentro con el río deviene entonces en un momento sagrado donde la intimidad se traduce en un espacio en el que quedan liberadas las pulsiones más puras del espíritu. De ahí que el encuentro sea trascendente y no limitante. Desde la perspectiva del amor cristológico, Balthasar comparte esta visión del erotismo en Julia. Explica que la Iglesia al mirar al “eros” desde una perspectiva peyorativa, le resta todo lo que puede tener de sublime en la fusión de lo material y lo trascendente que en él habita. Explica que ese primer arrebato es indispensable para el advenimiento del ágape. Y que tanto el “eros” como el “ágape” son estadios indispensables en el devenir del verdadero Amor. Balthasar, al rechazar la postura platónica, expone: Y, para asombro nuestro, encontramos una constante repulsa de la presunta oposición entre eros y ágape. ¡Como si en el eros, en el amor sentimental, en el primer amor romántico, no se diese inmediatamente el trasfondo religioso, aún cuando ese trasfondo, ciertamente, necesite después de la fidelidad y de la confirmación! ¡Y como si la fidelidad matrimonial no se basase constantemente de manera cada vez más honda sobre la pureza de ese eros primitivo! 16 Bajo la tutela de ese eros primitivo en el andamiaje ideológico en que Julia se encuentra, sólo el río es capaz de proporcionarle ese encuentro sagrado. Sin embargo, el río configura más allá de todo amor humano, la consumación del encuentro con el Amor Eterno. Por eso, él es: “Espejo azul, caído pedazo azul del cielo”. De aquel mundo de la niñez en el río, forja un santuario íntimo al que querrá volver en su voluntad de eterno retorno al origen, tanto en sus momentos de plenitud como en aquellos de intenso dolor y soledad. En Mi madre y el río 17 muestra cómo este cuerpo fluvial le permite ser refugio en la muerte de su progenitora. Casi humanos, los gritos me penetran la carne. Ella se fue, ¡oh, mi río consternado de ausencia! Se me fue de las manos como rosa extraviada y me dejó en el alma toda ella en esencias… También, el río otra vez cobra carácter trascendente constituyendo ese eslabón secreto del misterio. Esta vez, Julia nos revela, además, que fue el amor de su madre el que le infundió esa capacidad intuitiva que le permitía aprehender las cosas desde el más allá de lo profundo. Fue su amor el eslabón entre su ser y el misterio. ¡Oh, mi río! ¡Oh, mi río! Por su amor me detuve largas mañanas ágiles a buscarte en la niebla. Por su amor fui buscándote en los rostros más puros, hasta amarte en el hombre que logró mi conciencia. Este poema nos hace testigos de la categoría del Amor insuperable, ése que al contacto con el “otro” le hace trascender y crecer a la plenitud de su destino propio. La figura femenina de la madre lleva en sí misma la vocación del amor al modo cristológico. La participación de la madre en la vida de Julia cobra vital importancia en su capacidad intuitiva y en su dote poética. En este encuentro amoroso Julia atisbó por primera vez el destino de su existencia. La explicación que sobre la maternidad ofrece Balthasar nos parece que en este poema se encuentran explicitadas. Veamos: El yo de la niña brota en la experiencia del tú con la sonrisa de la madre, gracias a la cual ella experimenta que se encuentra insertada, afirmada,
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