Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105
16 criatura alienada, extranjera en sí misma. Decide la ruta menos transitada y la más difícil: ir en pos de lo que ella es desde el grito de su fuero interno que clama por salir. A cada paso adelantado en mi ruta hacia el frente rasgaba mis espaldas el aleteo desesperado de los troncos viejos. Pero la rama estaba desprendida para siempre, y a cada nuevo azote la mirada mía se separaba más y más y más de lejanos horizontes aprendidos; y mi rostro iba tomando la expresión que le venía de adentro, la expresión definida que asomaba un sentimiento de liberación íntima; un sentimiento que surgía del equilibrio sostenido entre mi vida y la verdad del beso de los senderos nuevos. Ya definido mi rumbo en el presente, me sentí brote de todos los suelos de la tierra, de los suelos sin historia, de los suelos sin porvenir, de los suelos siempre suelos sin orillas de todos los hombres y de todas las épocas. Y fui toda en mí como fue en mí la vida. Los “troncos viejos” constituyen ese “otro” en este caso aquél que en lugar de construir, impide el devenir del ser en aquello a lo que está llamado. Esos horizontes aprendidos son la descarga energética que le permite a ella salir de su encerramiento y descubrir su pureza interior apartada ya del peso de su no-ser al que le invita el mundo. De otra parte, ese “otro” que la retiene y la paraliza no es necesariamente el hombre, sino la ideología a la que está adscrita y de la que él también es víctima. Sobre esta dimensión de su poesía, el estudioso José Emilio González nos comenta: En su alma alentó el ideal de emancipación femenina, pero no en el sentido de liberar a las mujeres de los hombres, sino de las malas prácticas en que unos hombres, alienados por su sociedad, habían incurrido, y de las cuales ellos mismos eran víctimas en la medida en que los deshumanizaban. 24 Consciente Julia de estas estructuras mentales que coartan la alteridad humana, denuncia la alienación que no sólo ataca a la mujer que se somete al sistema patriarcal, sino también al hombre. En su poema Íntima destaca: “los hombres se mueven ajenos a sí mismos/para agarrar ese minuto índice/ que los conduce por varias direcciones estáticas./ Siempre la misma carne apretándose muda a lo ya hecho”. 25 A ellos, por su parte, se les estimula al lucimiento personal, a buscar el aplauso y el éxito, se les llama a estarse afuera de sí mismos porque eso es lo que se espera de ellos. El gran precio es olvidar lo importante por trabajar por lo que les parece urgente. De esta forma, así, afuera, son incapaces de darse a la intimidad de una relación fecunda con ellos mismos y con los otros. El cumplimiento de este estereotipo en el hombre tampoco lo conducirá a ninguna parte y mucho menos a la realización personal, pues como se traduce en la visión balthasariana, la misión, ese contenido que se hunde en las profundidades del ser, no es otra cosa que el “Amor” y éste amarrada a otras trincheras es irrealizable. Por eso, Julia insiste, en más de un poema, en la vida en Presente desde la más profunda intensidad y desde el espacio profundamente íntimo. Allí encuentra la gloria el ser del hombre y el éxtasis del Misterio. En Cortando distancias 26 , declara la forma de abrirnos al umbral de la Belleza: Prefiero al murmullo de todos los tiempos, el secreto íntimo de las circunstancias, prendida al silencio de tu vida mía y oyendo en tus ojos y no en tus palabras… Y un loco y salvaje adiós a nosotros en ritos y normas y gestos y máscaras. Para Julia la palabra genesiaca se llama “intimidad” y ésta la encuentra “oyendo en tus ojos y no en tus palabras”. Detrás de la mirada, más allá de las máscaras, los ritos, las normas y las costumbres aprendidas, descubre el eslabón que nos une en una sola imagen y en un solo sentido. Aquí las palabras se han vuelto impuras de antropocentrismos y prefiere traspasarlas para ver en el ámbito sensible y afectivo en cuyo silencio habita Dios. Escuchar al silencio liberado de juicios y prejuicios hace patente la transparencia del ser. Mirar al “otro” desde su bondad suprema permitirá: Que sea nuestra vida presente de todo, Que busque futuro tan sólo en el alma, Que ensaye verdades. Que sienta en idea. Que siempre se extienda cortando distancias. Y que sea más íntima que todas las frases, De todos los tiempos, de todas las razas. Desde este profundo respeto a la sacralidad del sí mismo y del otro se irá por el mundo “cortando distancias” para lograr encuentros que transformen al ser. De esta forma se liberará de modos corruptos del amor humano, permitiéndole ir en pos de lo más íntimo de su verdad. Julia habla el lenguaje de la acogida y no el de racionalismos que muchas veces obstruye el camino de la trascendencia. El silencio que Julia sabe escuchar y que se pronuncia a través de cada encuentro en cada alma constituye la paradoja del amor al modo cristológico. En este sentido podemos decir que Julia lanzó el amor supremo contra los patrones ideológicos de la época revelándonos el umbral del fundamento de nuestra existencia y el espacio abierto del Misterio. A él se referirá en el poema Transmutación 27 diciéndonos: Para amarte me he desgarrado el mundo de los hombros, y he quedado desierta en mar y estrella,
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