Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105

21 EL MADRIGAL Dr. Cirilo Toro Vargas Director Asociado de las Bibliotecas Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico Quien en su vida no haya sentido el aguijón del amor probablemente esté destinado a la soledad. El amor es la expresión vivificadora del alma expresada en compases de cálida armonía. Es compartir sentimientos y acciones a un grado tal de sensibilidad que ciega la conciencia y se enarbola la bandera del aislamiento social. Al alcanzar la madurez ese mismo amor se torna apasionado y meditado, sufrido y aceptado, tolerante y complaciente. A través de los siglos infinidad de personas han cantado al amor desde la palestra de la oratoria, desde el verbo de la poesía, entre acordes y bemoles... En el campo de la poesía más específicamente resulta interminable la lista de bardos que han desbordado sus imágenes para alabar o maldecir al amor. Dentro de las formas poéticas resalta, curiosamente, para mi gusto, el madrigal, quizás debido a su afinidad con la música y el canto, sin menospreciar a la décima, naturalmente. El madrigal es un poema breve cuya expresión traduce espontaneidad y delicadeza. Su pensamiento usualmente cobija el tema amoroso, aunque en el siglo veinte ha albergado otros tópicos. Recordemos, por ejemplo, el "Madrigal al billete de tranvía" de Rafael Alberti: Donde el viento, impávido, subleva torres de luz contra la sangre mía, tú, billete, flor nueva, cortada en los balcones del tranvía. Huyes, directa, rectamente liso, en tu pétalo un nombre y un encuentro latentes, a ese centro cerrado y por cortar del compromiso. Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva el finado clavel, sí la violeta contemporánea, viva, del libro que viaja en la chaqueta. El sevillano Gutierre de Cetina y el puertorriqueño José P. H. Hernández, entre otros, han legado al mundo bellísimos madrigales. Versos endecasílabos y heptasílabos que riman libremente conforman su estructura: Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué si me miráis, miráis airados? Si cuanto más piadosos, más bellos parecéis a aquel que os mira, no me miréis con ira, porque no me parezcáis menos hermosos. ¡Ay, tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, ya que así me miráis, miradme al menos. “Ojos claros, serenos”, Gutierre de Cetina --Si Dios un día, cegara toda fuente de luz, el universo se alumbraría con esos ojos que tienes tú. Pero si -- lleno de agrios enojos por tal blasfemia -- tus lindos ojos Dios te arrancase, para que el mundo con la alborada de tus pupilas no se alumbrase: aunque quisiera, Dios no podría tender la Noche sobre la Nada... ¡¡porque aún el mundo se alumbraría con el recuerdo de tu mirada!! “Madrigal”, José P. H. Hernández Aunque esta forma poética no conlleva un ordenamiento riguroso específico, el autor de este artículo se ha tomado la licencia de crear la octolaba (o estrofa cirílica). Ésta responde al siguiente patrón: 7a 11B 11B 7a 11C 11C 7a 11A Los madrigales a continuación representan apenas el puñado inicial que origina este nuevo ordenamiento del madrigal. Forman parte del poemario inédito Volcán . Juzgue el lector sus méritos, y el poeta sus posibilidades. (12 de diciembre de 1995) Tu esencia En divino crisol Extasió Dios su corazón un día Impartiéndole candor, armonía, Energía de sol. Y en primavera esculpió amaneceres. En invierno conmovió atardeceres, Esencia en girasol Matizado sobre ti en arrebol. 2 de abril de 1993

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