Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105
4 El haikú es una creación poética sencilla, apretada y condensada, pero una creación que tiene la particularidad de reflejar una visión de lo viviente con su dimensión estética y simbólica. En razón de que la creación poética está al alcance de cualquier creador y de cualquier cultura, hemos podido asimilar y practicar esa factura de la literatura oriental, aunque no la encarnemos plenamente en su virtualidad intrínseca pero, como creación estética del lenguaje, podemos entenderla para sentir la esencia de esa peculiar joya lírica del Oriente. Los haikús de Virginia Díaz formalizan esta peculiar técnica de escribir desde la onda espiritual y estética de una mujer de las Antillas con una sensibilidad troquelada por nuestra cultura occidental, que al acudir a este tipo de creación revela cierta afinidad hacia esa forma de interpretar la singularidad de lo viviente. Tres factores contribuyen a la gestación del haikú en su pureza prístina: a) la apertura de la sensibilidad para percibir la sensorialidad de las cosas; b) la vocación contemplativa del sujeto creador; y c) la actitud meditativa de inspiración mística. Los antillanos no somos orientales, ni monjes, ni budistas y, sin embargo, hemos demostrado que podemos escribir haikús con nuestra singular manera de sentir el mundo, con la sensibilidad estética de nuestros sentidos físicos y el talante espiritual de la sensibilidad mística. Lo que quiere decir que nuestra capacidad de contemplación es creativa, inspirada y fecunda. Aristóteles decía que en la imitación está la base del arte y todos comenzamos imitando cuando nos iniciamos en el cultivo de las letras. Las mismas culturas se imitan unas a otras y, en esa confluencia de valores y principios, se enriquecen y potencian, dando lugar a nuevas floraciones creativas. La creación del haikú implica una imitación, lo que revela que los seres humanos de cualquier lengua y cultura compartimos la inclinación espiritual y estética de la sensibilidad humana con la capacidad para alcanzar el desarrollo del espíritu. Quizás el haikú sea la forma más condensada para recrear y sugerir, mediante el concurso de la intuición, la esencia peculiar de lo viviente, una manera de exaltar el sentido trascendente. La buena poesía reproduce las formas arquetípicas que canalizan verdades profundas con emoción y belleza. La forma poética de haikú, expresión de una verdad intuida, manifiesta en su formato sintético lo que capta la sensibilidad en un estado de contemplación. A esa conclusión llego cuando leemos haikús, como los de Virginia Díaz, que se fundan en sensaciones fraguadas a la luz del oleaje vaporoso de los efluvios naturales que la embriagan con una chispa de asombro y misterio por el esplendor de lo viviente. Nuestra poeta despliega su sensibilidad empática y asume costados y vertientes de la realidad natural con los atributos que su lírica recrea. Además de cumplir con la regla de oro del haikú ortodoxo, plasmada en la métrica de tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, respectivamente, Virginia Díaz aplica los tres principios esenciales de esta joya de la lírica oriental: 1. El principio de la sensorialidad , mediante el cual revela la percepción objetiva y diáfana de sus sentidos. 2. El principio de la representación objetiva, mediante el cual funda en imágenes naturales la esencia de temas y motivos. 3. El principio de una integración estética, cósmica y espiritual, mediante el cual canaliza en sus versos la plenitud de lo viviente. En efecto, Virginia Díaz integra en sus versos la vertiente estética, cósmica y mística. Los textos de esta obra ilustran la fusión de esas vertientes en una sola percepción rotunda y plena. Al mismo tiempo ponen de manifiesto la relación existente entre el sujeto y la cosa que lo inspira: el contemplador , que observa el mundo; lo contemplado , el objeto de la contemplación; l a acción contemplativa o el vínculo entre el contemplador y lo contemplado, mediante la contemplación. Los haikús expresan el impacto sensorial, emocional y espiritual que lo real produce en la sensibilidad y la conciencia. Su encanto radica en la connotación espiritual y estética de versos simples y breves. Ente la realidad física que inspira la contemplación (que es lo real objetivo) y la realidad metafísica del sujeto que contempla (que es subjetiva y trascendente), similar a la personalidad física y la personalidad metafísica del creador, hay siempre un vínculo entrañable. El haikús resalta la realidad física, aunque connota la realidad metafísica. Ante la realidad física nuestra poeta describe lo que la realidad refleja e interpreta lo que la realidad proyecta. En las ramas del viento revela tres factores que actuaron como motor de la creación: 1. El amor al espacio físico que propicia la contemplación. 2. La valoración de la palabra como medio de creación. 3. La comprensión de lo viviente a la luz de la sensibilidad espiritual y estética. Crear requiere estas condiciones: - Sensibilidad para captar la belleza del mundo. - Intuición para percibir la llama de lo viviente. - Sabiduría para apreciar los fluidos trascendentes de la Creación. Virginia Díaz posee esas condiciones, al tiempo que tiene una inmensa capacidad de ternura y una caudalosa sensibilidad, abierta y empática a todo lo viviente.
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