Primavera otoño 2019 (Año LXII Núms. 120-121)
horizontes@pucpr.edu Año LXII Núm. 120-121 horizontes PRIMAVERA/OTOÑO 2019 PUCPR 40 Le tomó la palabra. Y paso ahora a referirme a mi reacción como lectora de este estudio panorámico, que tanto me ha impactado. Se me perdonará la nota ocasionalmente personal de mis comentarios, pero me importa dar fe de cuánto he aprendido al calor de estas páginas, y cuántas interrogantes fecundas me han planteado. Comienzo aludiendo al enigma que entraña el culto a las distintas advocaciones de la Virgen en Puerto Rico. Los volúmenes de Báez Fumero nos dan cuenta precisa de cuántos cultos marianos coexistieron desde en los albores de nuestra historia: la Señora de Belén, la Inmaculada, la Altagracia, Nuestra Señora del Rosario, la Candelaria. Incluso, la Virgen de Covadonga: un asturiano anónimo se queja en un poemilla henchido de nostalgia que la devoción a su Virgen tutelar se extingue: "De la Virgen gloriosa de Asturias / el santo recuerdo / ya no evocan, como antes los fieles" (I, p. 166). Pero ningún culto tan acendrado en la isla como el de la Virgen de la Monserrate, que desde temprano convirtió a Hormigueros en un centro de peregrinación masiva. (Se dice que el apelativo de "Hormigueros" proviene del "hormigueo" de fieles que acudían a venerar la ermita de la Monserrate.) Fray Iñigo Abbad y Lasierra da fe en el siglo XVIII de la importancia de dicho culto y describe los "votos" o "ex-votos" que los fieles colgaban en las paredes de la iglesia para agradecer o para suplicar favores a la Virgen. Hasta el primer Obispo puertorriqueño, Juan Alejo de Arizmendi (1760-1814), gran devoto de esta Virgen, quiso ser enterrado en el Santuario de Hormigueros. Torres Vargas, por su parte, da cuenta del salvamiento milagroso de la hija del fundador de la ermita de la Monserrate en Hormigueros, leyenda que Cayetano Coll y Toste habrá de recoger en sus Leyendas y tradiciones puertorriqueñas en 1924. Estos datos allegados por nuestro autor me llenaron de nostalgia, porque hace más de medio siglo visité el Santuario de Monserrate con el historiador Arturo Dávila, que me alertó a la importancia fundacional que tuvo esta devoción mariana. Aún conservo los antiguos ex-votos que nos regalaron en la iglesia, pequeños colgantes de metal esculpidos con ingenuidad en forma de piernas, ojos, niños, brazos: las distintas representaciones de las plegarias que los antiguos fieles hacían a su Virgen. La antología habla por sí sola de la cantidad de poetas que celebraron el culto a la Monserrate. Todo ello me llena de curiosidad, pues salta a la vista que esta Virgen parecería haber estado llamada a constituirse en nuestra patrona (como la Caridad del Cobre en Cuba y la Guadalupe en México) desde muy temprano en nuestra historia. ¿Qué pasó que no sucedió así? Báez Fumero no tiene por qué contestarnos la interrogante, pero sus volúmenes documentan con claridad que la Virgen de la Providencia, de culto muy tardío, palidece en nuestro acervo poético comparado con la eclosión de versos que suscitó la Monserrate. Incluso el poema que le dedica Alejandro Tapia y Rivera "A la Virgen de la Providencia" (II, pp. 100-101) carece de la fuerza persuasiva y de la sinceridad palpitante de su impresionante Sataniada . Como se sabe, la Providencia no es un culto autóctono nacido al calor de una aparición en suelo patrio: se trata de una imagen oriunda originalmente de la Italia del siglo XIII, cuya devoción pasa luego a Tarragona en Cataluña. El sacerdote catalán Gil Esteve y Tomás, al ser nombrado obispo de Puerto Rico en 1851, importa la devoción y manda a esculpir una imagen de la Providencia en Barcelona, con lo que se inicia su culto en la isla. Pasados los años, y a petición del Cardenal Luis Aponte Martínez, el Papa Juan Pablo II declara a la Virgen de la Providencia Patrona de la isla en 1969. Siempre me ha intrigado, de otra parte, la condición morena de la Virgen de la Monserrate, alabada en poemas populares muy tempranos en nuestras letras. El novelista cubano Leonardo Padura recuerda en su novela La Virgen negra que una posible explicación del rostro negro de las Vírgenes (tanto las europeas como las hispanoamericanas) es que han quedado deslumbradas (literalmente, “quemadas”) por haber estado tan cerca de Dios. Un antiguo villancico nuestro dice “Melchor era blanco/ pero ahora es
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