Primavera otoño 2019 (Año LXII Núms. 120-121)

horizontes@pucpr.edu Año LXII Núm. 120-121 horizontes PRIMAVERA/OTOÑO 2019 PUCPR 41 moreno / porque lo ha quemado / la estrella de Venus”. ¿Habrá aquí un eco lejano de esta morenez “sobrenatural" de las figuras religiosas tutelares de la Virgen? Parece, sin duda, un tono de piel simbólico, ya que algunas de estas Vírgenes morenas sostienen un niño que unas veces es blanco y otras, moreno: el humo de las velas no sería pues lo que tornó morenas a las imágenes. Intrigada ante tanto misterio, hablé por teléfono enseguida con mi amiga la historiadora aguadillana Haydée Elena Reichard, autora del estudio María, Madre de la Divina Providencia (2018). Me explicó que en el momento en el que la imagen original de 1853 iba a ser coronada oficialmente en 1976, una mano anónima desacralizadora la prendió en fuego, pero el Niño quedó incólume. Con ello, irónicamente, la Virgen de la Providencia quedó convertida en la Virgen morena de la Monserrate. Al margen de estos enigmas, siempre me ha intrigado el hecho de que el Niño que la Virgen de la Providencia acuna en su regazo esté “muerto”, prefigurando teológicamente la muerte salvífica final del Redentor. Sé que el ícono es europeo en su origen y, por lo tanto, heredado, pero se nos podría antojar una talla algo extraña, incluso, incómoda, para ser usada como símbolo religioso nacional, ya que el Niño Jesús se encuentra colapsado, inerte, muerto en plena infancia. Se impone que exploremos mejor el origen y el sentido de esta prefiguración simbólica de la muerte redentora del Niño, que por lo general pasa desapercibido a los fieles. Por más, ante el respaldo histórico --y poético-- que tuvo el culto pionero a la Monserrate, un puertorriqueño no puede no preguntarse por qué esa antigua Virgen no se constituyó en la Patrona de nuestro país. Es más que posible que la debilitación de la nacionalidad puertorriqueña pudiera estar en el fondo de esta devoción a la Providencia impuesta tardíamente sobre nuestro pueblo. También llamó mucho mi atención, de otra parte, el nutrido grupo de poetas puertorriqueños que cantó a cultos populares alternos al catolicismo. La antigua devoción popular al ánima sola, por ejemplo, se recoge en versos devotos muy tempranos (Vol II, p. 38), y ya en los primeros años de la invasión norteamericana contamos con muchos otros ejemplos de poesía heterodoxa. Báez Fumero hace claro que a menudo se trata de cultos campesinos surgidos por el vacío que dejaron los sacerdotes católicos que no podían llegar con facilidad a los campos remotos para ministrar a sus fieles. Así, hacia 1898 surgen predicadores laicos como la hermana Edosia y la Madre Elenita de la Santa Montaña. Esta última, oriunda de los campos de San Lorenzo y Patillas, era considerada como la reencarnación de la Virgen María. El caso me recuerda el culto más moderno de la Diosa Mita, surgido en mi barrio de Hato Rey en los años cincuenta, e incluso, otra devoción novedosa de más peso y misterio: la aparición de la Virgen del Pozo, que venía a coincidir con la crisis del levantamiento nacionalista de principios de los años cincuenta. ¿Existirán poemas que aún no conozcamos sobre esta Virgen, que tan polémica ha resultado hasta el día de hoy? Pero cabe que regrese a los albores de nuestra poesía religiosa. Me conmueve constatar que Lope de Vega hacía ingenioso juego de palabras con el nombre de nuestra isla al momento de celebrar en su Laurel de Apolo la llegada a Puerto Rico del obispo Bernardo de Balbuena en 1623: "Tú fuiste su prelado y su tesoro, /y su tesoro tan rico en Puerto Rico / que nunca Puerto Rico fue tan rico" (I, p. 38). Agradezco a Lope su conceptismo alegre, pues el de Góngora fue burlón: "¿Son de Tulú, o son de Puerto Rico / ilustre y hermosísima María, / o son de las montañas de Bugía / la fiera mona y el disforme mico?" Frente al alborozo religioso de Lope, nos encontramos con el desencanto del obispo López de Haro, disgustado por la pobreza de la plaza isleña que le había tocado ocupar. Describe aquel San Juan de Puerto Rico incipiente en un poema desolador: Esta es, señora, una pequeña islilla falta de bastimentos y dineros, andan los negros como ésa en cueros y hay más gente en la cárcel de Sevilla, aquí están los blasones de Castilla en pocas casas, muchos cavalleros todos tratantes en xenxibre y cueros

RkJQdWJsaXNoZXIy NzUzNTA=