Primavera otoño 2019 (Año LXII Núms. 120-121)

horizontes@pucpr.edu Año LXII Núm. 120-121 horizontes PRIMAVERA/OTOÑO 2019 PUCPR 42 los Mendoza, los Gusmanes y el Padilla. Ay agua en los aljibes si ha llobido, Iglesa catedral, clérigos pocos, hermosas damas faltas de donaire, la ambición y la embidia aquí han nacido, mucho calor y sombra de los cocos, y es lo mejor un poco de ayre (I, pp. 40-41). El desencanto patrio nos ha durado siglos. El dilatado estudio poético del maestro Báez Fumero me permitió acercarme a la tristeza que los puertorriqueños hemos solido sentir por nuestra tierra. Espigo al azar ejemplos de distintas épocas: Vicente Palés Anés trenza su angustia patria con imágenes religiosas y lamenta que ni los ángeles pueden levantar la pesada losa del sepulcro de la patria: "Tú sí que no te reanimas, / tú si que no te levantas.../ ¡Cenicienta del Caribe, / nacida para las lágrimas! (I, p. 173). Muchos años después terciaría el P. Juan Vicente Rivera Viera: "Cuando rendido de luchar yo muera / cubre mi huesa con tu cruz, bendita / bandera de los tristes, ¡mi bandera!" (I, p. 294). ¿Cómo no evocar la "flor cautiva" para la que el Topo pedía en Verde luz que fuera "libre tu cielo / sola tu estrella", o aquella isla que para Rafael Hernández sería "¿Preciosa” aun “sin bandera, sin lauros ni gloria?". Sigo leyendo y me percato con asombro que el citado poeta yaucano, Rivera Viera, uno de los poetas más intensamente religiosos de la isla, dedica su delicado poema "Siete párvulos venire ad me " a mi tía abuela Amparo Baralt, oriunda de Fajardo (II, p. 319). Si se me excusa lo íntimo del recuerdo, confieso que este dato resolvió para mí un antiguo enigma de mi niñez. Conocí ya muy mayor a mi tía abuela, que enseñaba doctrina cristiana a los niños en San Juan, y, a juzgar por las fotos antiguas, fue muy hermosa de joven. El elegante escritorio de madera con puertas de cristal de Tía Amparo tenía una aureola especial en la familia, pues había fama de que en él la tía escribía sus cartas a un sacerdote letrado a quien la unía una gran amistad. ¡Pues he aquí que gracias a la antología poética de mi amigo Báez Fumero, al fin he podido saber con quién se escribía tía Amparo con tanta asiduidad! Más recuerdos y más descubrimientos: me he emocionado al ver antologizados tantas plegarias populares de mi niñez, "Ángel de mi guarda, dulce compañía, /mi alma te encomiendo / de noche y de día", que el autor edita con leves variantes en el tomo segundo. Otro tanto los villancicos anónimos que cantábamos de niñas mi hermana y yo y que mi tío Arturo Somohano tocaba al piano, inundando de alegría la casa de mis abuelos paternos: "De tierra lejana / venimos a verte"; "Los magos que vinieron a Belén", "Venid, pastores, venid" (II, pp. 41-43). Ojalá no olvidemos nunca estos cantares tan entrañables. Aprendí también que el célebre poema de Juan Antonio Corretjer, "Ahora me despido", que remata en un emocionado verso --"La pluma quemaba / y el libro se acaba / ¡Dios te salve, lirio!"-- tiene su origen en un poema religioso anónimo que celebra la anunciación del ángel a María. El mismo enigmático estribillo del que se sirve Corretjer entrevera el poema, que comienza así: "El ángel bajaba, / lucero del día; / anunció a María / que encinta quedaba. / Ella, muy turbada / se quedó en el sitio / y dijo bajito: / --como Dios lo ordene / si Él lo previene, / ¡Dios te salve, lirio!" (II, 45). ¡Qué acierto poético el del poeta de Ciales de hacerse de este verso tan misterioso y reescribirlo para sus propios fines! Me resultó asimismo de particular interés conocer la contrapartida poética del célebre cuadro de Oller, "El velorio". Varios poemas anónimos de Baquiné declaran angelito al niño muerto y consuelan con ternura a la madre, asegurándole que su criatura, espiritualmente impoluta, irá directamente al cielo (I, p. 53 y II, pp. 60-61). Estamos, no cabe duda, ante una tradición folklórica que encontró expresión en distintos medios artísticos. Me ha apenado, de otra parte, corroborar cuántos textos religiosos puertorriqueños se han perdido. Báez Fumero nos da cuenta puntual de ello, y nos permite advertir que toda historia literaria siempre cuenta con lamentables agujeros negros .

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